35. Mejores oportunidades

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Le costó separarse, tuvo que hacerlo cuando una doctora junto con Julieta, entraron a la habitación para revisar a Mérida

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Le costó separarse, tuvo que hacerlo cuando una doctora junto con Julieta, entraron a la habitación para revisar a Mérida. No hubo palabras de despedida, sólo de su parte al desearle una pronta recuperación y que se cuidara mucho, mientras que de ella obtuvo una mirada abatida, un no tan animoso ademán de despedida, que culminó en un semblante decaído.

No supo qué lo desalentó, el que no le tranquilizara su visita o que se comportara como si algo de la nada la fuera a lastimar. Comprendió que recién recobraba la conciencia, que debió asumir de primer impacto el tener que divorciarse del tipo que la agredió por varios años; por ese lado justificó su comportamiento. No obstante, se inquietó más al cavilar si podría enfrentarse a ese sujeto sin flaquear, si recobraría su autoestima. Su miedo, su recelo, lo consideró más complejo de superar porque debía conciliarlo con su maltratada mente que no la permitía ver lo bueno de esa separación sino las terribles consecuencias de lo que fuera a suceder luego de concretarse.

Pensativo, arrellanado en uno de los asientos de espera en ese pasillo concurrido por las enfermeras que repartían medicina en las habitaciones, aguardó a que Julieta saliera del cuarto para pedirle que le diera otro momento a solas con Mérida. Permaneció ferviente en acompañarla para que estuviera tranquila; anhelaba tantas cosas que hasta dudó si podría darle lo que merecía.

Se miró las manos, ásperas por el trabajo, agotadas por cargar cajas, cansadas de estar en un empleo que no le gustaba, pero que por cubrir las cuentas del mes soportaba. Fatigado, bufó y negó con la cabeza; fue inevitable el creerse un perdedor, que la voz de su padre le recriminara el error que cometió al no profesionalizarse.

El no estudiar en la universidad era un tema que raras veces se reprochó porque no hubo necesidad de traerlo a colación cuando se sentía conforme con cargar cajas o a veces con no hacer nada en el trabajo mientras en las noches se gastaba el sueldo en cervezas y mujeres. Meses antes de conocer a Mérida no se planteó ahorrar para el futuro, tampoco en si más adelante quería cambiar de empleo o en ascender a un puesto mejor como una vez le sugirió Fabián, quien si aprovechó la oportunidad de ser empacador a cajero y en últimas vendedor en la sección de tecnología del almacén donde laboraban. No se fijó metas porque no creyó necesitarlas, porque entre la aparente tranquilidad en la que estaba, no quería complicarse con tareas más demandantes.

Sin embargo, hubo esos momentos ingratos, esporádicos, donde se cuestionó si seguiría en eso dentro de diez años, de cinco o en los siguientes meses, una vida que sabía no le llenaba. En esas ocasiones se despertaba aburrido, fastidiado por aguantar horas extensas de pie alzando cajas, subiendo y bajando escaleras, y tantas cosas más que de imaginar que ese sería su día laboral, pensaba en no asistir para que lo despidieran de una buena vez. De hecho, varias veces lo intentó al llegar tarde, pero lo que conseguía era que su jefe lo reprendiera dejándolo horas extra.

Y ese pensamiento se hizo más fuerte desde que Mérida apareció.

¿Podría darle lo que necesitaba? ¿Le brindaría la seguridad que requería? ¿La integraría en su vida, sabiendo la responsabilidad que traía consigo? No era que le incomodara el que tuviera un niño, de hecho, fue en lo último que pensó al incluir a Mérida en sus planes, porque el pequeño no le representaba ningún inconveniente, sin embargo, si fue un detonante para que reaparecieran esas dudas en las que se calificó como alguien incompetente de ofrecerles lo indispensable. Tampoco era que se estuviera creyendo el nuevo hombre en la vida de Mérida, la cuestión era que en esa situación tan delicada por la que ella pasaba, requería de mucho apoyo y en últimas de alguien que fuera su talante al momento de rehacer su vida.

Lamento Meridiano ©Место, где живут истории. Откройте их для себя