26. ¿Qué te pasó?

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Fue melancólico volver

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Fue melancólico volver. Recorrer los pasillos le trajo memorias de lo que sucedió en los cuatro meses que trabajó allí, acompañada de cierto hombre que pensó con tristeza, pero con una sonrisa en el rostro. Al menos eso tenía a su favor, el recordar lo que hizo sin temor a que le leyeran la mente, siendo el escape perfecto de su tormentosa realidad.

Después de tomar su pago por los días que laboró durante ese mes, su jefe le pidió que recogiera sus pertenecías. Yendo al rincón dispuestos para los casilleros, repasó cada pasillo, los estantes que revisó de arriba abajo al hacer el inventario, riendo entre dientes por esa primera vez cuando Gustavo le afianzó la cintura. La sensación la tuvo tan presente, ese calor arrasador que le sobrevino porque esas manos, más grandes que las suyas, la sostuvieron con firmeza, y no una, varias veces. Pensar en los besos que se dieron, en las caricias que le repartió le indujeron un intenso cosquilleo en el estómago, teniendo que palparse el abdomen para aliviarlo.

Frente a su casillero en una bolsa metió los diferentes lapiceros que compró, resaltadores, un cuaderno, las prendas del trabajo que debía entregar junto con una calculadora y otros artículos. Cuando vio la parte trasera de la pequeña puerta metálica el corazón se le achicó. Pegados con cinta estaban los dos parches que él le regaló, intactos, con sus colores vívidos, recordándole la promesa que le hizo pero que también, no cumpliría. Le dolió no poder portarlos en un morral, no presumirlos con alegría porque al salir de allí su esposo la requisaría y se enfadaría si los veía. Así los escondiera o mintiera con que se los compró, no serviría de nada contra el controlador de David, por eso, resignada los despegó de la puerta, reteniendo las lágrimas porque hasta en los mínimos detalles el hombre que se suponía debía amarla en sus gustos, no le permitía nada.

Los admiró por un par de segundos más, palpando el relieve de las letras, de las figuras bordadas en cada parche mientras pensaba cuándo fue la última vez que escuchó su música. Después del escarmiento su celular servía para recibir mensajes, no sonaba y la pantalla a duras penas arrojaba imagen. La música era su escape cuando pretendía ignorar sus pensamientos destructivos, le aliviaba la tristeza o se la desahogaba. No tenerla la sumió más en esa depresión constante que nada la quitaba. Lo bueno era que su hijo la rescató de ese estado, sin él no imaginaba qué hubiera sido de ella, lidiando con el martirio de servirle a David sin provocar su ira.

En un suspiro cerró los ojos, se mandó los parches al pecho y rogó al cielo que el hombre que se los regaló estuviera bien, que no le faltara nada y que gozara de buena salud. Pidió perdón por herirlo, por no pensar en sus sentimientos, por no medir las consecuencias al quererlo cuando no debió. Porque lo amaba, lo extrañaba y lo único que pudo ofrecerle era desearle lo mejor. Al abrir los ojos se sintió en paz, más tranquila pese al cargo de conciencia por no decirle de frente ese ruego. Admiró por última vez los parches con una media sonrisa, considerando en dejárselos a Fabián para que se los entregara a Gustavo, asi estarían en buenas manos y no en la basura.

—Mérida.

Como un balde de agua helada le cayó ese llamado cuya voz reconoció a la perfección. Se envaró, no fue capaz de moverse ni de respirar, más cuando unos pasos se acercaban a ella...

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now