Epílogo

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Tres años después

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Tres años después

Le dolía la espalda, mucho; estar un domingo alzando cajas era una tarea a la que nunca se acostumbraría. Para rematar, el día era caluroso por lo que sudaba a mares, así que se deshizo de la camiseta para sentirse menos pegajoso por el sudor que la adhería a su piel.

Cargó la caja en la camioneta que pidió prestada, con algo de ayuda de un amigo que desde que se reconciliaron no paró de disuadirlo de que lo llevara consigo a donde iba.

—En serio, hermano, no quiero que se vaya tan lejos, después no tendré con quién pasar la joda —le insistió el hombre cuya cabellera larga tenía recogida en una alta y desordenada coleta.

—¡Exagera! —bufó, riendo entre dientes por el puchero que le dedicó Tito—, me voy a la capital, queda a una hora de aquí. Con que agarre la moto y venga un rato para acá no pasa nada, viejo.

—Si, pero es que... —Tito alzó la vista, encontrándose con una mujer a la entrada del edificio que le dedicó una coqueta, pero perversa sonrisa. No supo por qué pero se sintió intimidado, más cuando la vio bajar con una pequeña caja en mano la cual estrujó hasta clavarle sus largas uñas; la amiga de Gustavo le generaba mucha inquietud, si se descuidaba le haría algo—. Mejor no insisto, esa Julieta desde hace rato me amenazó con castrarme si seguía molestándolo. Adoro mucho a mi verga como para permitir que me la arranquen.

Gustavo enseguida se giró a ver, dándole gracia el cambio repentino de actitud de su amiga, quien al notar que la miraba, le guiñó el ojo y continuó como si nada, llevando la caja hacia la camioneta.

Ella estaba a favor de que recomenzara en una nueva ciudad por lo que no le agradó mucho el que Tito lo intentara convencer de quedarse. Además, estaba el que le contara, hacía tiempo atrás por qué le dejó de hablar al tipo en cuestión; debido a ello Julieta le guardó un cierto odio Tito por las cosas que dijo sobre Mérida, y desde entonces no era que se llevaran bien. Pasaban el rato porque eran sus amigos, no obstante, ante cualquier comentario desatinado, bien fuera de Julieta o de Tito, empezaban a reñir, algo que terminaba en un dejo de muecas y señas obscenas. Era gracioso verlos discutir.

—Mejor ayúdeme a cargar lo último que queda, que ya este calor de mierda no me lo aguantó —pidió Gustavo, regresando la atención en Tito quien estaba subido en la camioneta, ayudándolo a acomodar el trasteo.

—Si, vamos.

Ambos ingresaron por enésima vez al edificio, platicando sobre lo que haría Gustavo en la capital. Guardaba bastantes dudas al respecto, lo cual Tito le aconsejó que era normal puesto que era un lugar nuevo, al que se adaptaría fácil debido a quien lo acompañaría en ese cambio radical.

Subieron juntos hasta el tercer piso y llegaron al apartamento en el que Gustavo vivía hacía dos años atrás, desde que sentó cabeza con la mujer a la que le entregó por entero su corazón. La puerta del lugar estaba abierta; esbozó una enorme sonrisa por las personas que estaban en la sala, terminando de acomodar las cajas de la mudanzas, apiladas en orden para que entre Tito, Fabián y Gustavo las llevaran a la camioneta.

Lamento Meridiano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora