Lamento Meridiano ©

47. Decisiones

Advertencia: Este capítulo contiene escenas explicitas. Se recomienda discreción.

Al cerrar la puerta tras de sí sintió una rara calidez en su mejilla que no revisó, aunque asimilaba de que se trataba. El aire le faltaba y el respiraba lo ahogaba, así que antes de dar el primer paso cerró los ojos y dio una honda inhalación donde expulsó el aire por la boca de manera sonora, espabilando para sacarse ese sentimiento amargo que se empecinaba en derrotarlo. Por reflejo se mandó una mano a la cara y con arrebato se secó las lágrimas derramadas.

Abrió los ojos encontrando otra perspectiva. El color era distinto; las paredes amarillas pálidas ahora eran grises, el suelo igual pese a su tono amarronado; ¿así sería el mundo después de ella? Se obligó a no pensarla, a salir de allí antes de que le ganara el impulso de devolverse para aferrársele, caer rendido a sus pies y pedirle que se quedara, algo que estaba dispuesto a hacer, pero no quería para no complicar las cosas.

Dio un paso, luego el otro y antes de dar el tercero oyó una puerta abrirse.

—¡Gustavo! —lo llamaron con arrebato.

Apenas si dio la vuelta cuando de repente, casi tumbándolo hacia atrás, obtuvo de lleno un par de labios en su boca. Más que impactado, con ojos enormes procesaba lo sucedido, siendo inmediato el que su visión captara lo mejor que pudo desear. Enseguida soltó el casco y con furor rodeó con los brazos la cintura de esa bella dama que salió para no dejarlo ir...

No le tomó mucho reconocer que si Gustavo se marchaba no se recuperaría del abatimiento en su corazón, de la gran pena que le sobrevendría. Le dolió demasiado que cruzara esa puerta, que después de ello jamás sabría de él, que por mucho que se esforzara por alejarlo iría a buscarlo, pero él se encargaría de desaparecer para salvaguardar su plan de recomenzar en otro lugar. Porque si le dio esa despedida, si le deseó lo mejor en vez de pedirle que se quedara, era porque pensaba en su bienestar antes que en sus sentimientos y eso no se lo perdonó. De nuevo la anteponía a ella lo cual creyó injusto después de que le demostrara lo mucho que la quería. Su paciencia, su compañía, el que estuviera a su lado sin intenciones de nada, queriendo retomar lo que tuvieron alguna vez era evidencia irrefutable de ello.

Reconoció que lo amaba y no porque necesitara prenderse de él para sentirse querida, sino porque en verdad su corazón le exigía que no dejara morir ese amor que entre los dos nació en el momento más oscuro de su vida. Porque con su presencia le iluminó esos días donde todo era miedo, con las canciones que le dedicó le entregó las mejores fantasías, porque con sus ocurrencias, con sus arrebatos, con sus besos robados, le pintó un mundo más colorido, más vivo, donde pudo imaginar sin temor un futuro mejor al que ya se había resignado si se quedaba con David.

No quería perderlo por sus miedos; de nuevo dejaba que esas personas que la querían afectar decidieran por ella. Si no ponía un alto a sus temores jamás estaría a salvo ni en la ciudad a la que se mudara. Le tomó una fracción de segundo renunciar a su negatividad, a ver lo malo siempre y se aferró al valor que resurgió de su interior como león dormido demandando sustento. Porque le fastidió, mucho, someterse otra vez a David y Berta; no les daría el gusto de derrotarla, asustarla, acobardarla con sus amenazas, tampoco que arruinaran lo bueno que obtuvo antes de que le arruinaran la vida. Manuel era lo único rescatable con su llegada y por él eligió irse lejos para protegerlo. ¿Por qué no mejor incluía a Gustavo en esa vida nueva? ¿Por qué no se quedaba y luchaba por lo que era suyo? Se hartó de retroceder, huir, escapar de los problemas, de pensar en los demás antes que en ella, porque también por Gustavo escogió el no arrastrarlo a vivir escondiéndose.