42. Usted no es así

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La tensión en su espalda la sintió apenas se sentó al borde de la cama y se inclinó para quitarse los zapatos

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La tensión en su espalda la sintió apenas se sentó al borde de la cama y se inclinó para quitarse los zapatos. Los pies le ardían por estar casi todo el día atendiendo clientes, pendiente de aquellos que le representaran una buena impresión con la supervisora que llegó de sorpresa para cerciorarse de que todo marchara en regla. Su jefe que era el tipo más comprensible y simpático, ese viernes se la pasó estresado; por poco lo conoció enojado, no con él sino con uno de los principiantes que desde el día de la inauguración quiso dárselas de sabelotodo porque su padre era un tipo con algo de dinero. Contaron con la suerte de que la mujer de la inspección se diera cuenta de su nefasta actitud por lo que enseguida lo despidió, demostrando su autoridad y lo estricta que era.

Gustavo no quiso destacar; obedeció las órdenes de su jefe, liberarlo en algo de la carga que le representaba esa visita inesperada, lo que sirvió para que olvidara el descuento que le haría por llegar tarde el día anterior por recoger a Mérida de su cita con la psicóloga. Al menos con eso estuvo tranquilidad de no recibir descuentos en su paga la semana siguiente.

Se quitó la camisa, los pantalones, las medias y se quedó en bóxer. Mientras iba con su ropa bajo el brazo hacia el cuarto de lavandería revisó su celular.

Tenía un par de mensajes de su amigo Tito que lo invitaba a salir el sábado a un bar con unas amigas; le contó su situación con Mérida en pequeña medida; lo conocía y lo último que quería era que le reprochara el que insistiera estar con ella después de lo que pasó. No obstante, sin temor ni pena de lo que fuera a decirle, su amigo le lanzó uno que otro comentario que lo incomodó por lo que postergó la charla que tenían desde el día anterior, hasta esa noche.

Tito
De verdad no lo entiendo, hermano, debería dejarla ya. Ella parece que no va a superar lo que le hizo ese hijueputa y que usted se quede ahí como huevón esperándola... ¡No, men! Mejor venga lo salimos este sábado. Vamos, conoce una viejas bien buenas y verá que se le quita esa vaina, hombre.

Se rascó la nuca por el picor irritante que le produjo leer el mensaje.

Tito estuvo desde que se conocieron en el colegio. Fue su primer amigo, quien lo incitó en muchas locuras, también quien lo defendió en las peleas, le dio los consejos que lo llevaron a escoger las decisiones más arriesgadas y quien le tendió la mano cuando tomó las riendas de su vida. Las personas y las experiencias lo cambiaron bastante, a veces ni lo reconocía por creer que todo consistía en divertirse y deshacerse de aquello que le representara un mínimo problema o sacrificio. No le echaba la culpa, pero admitía que por su influencia escogió por impulso, como el abandonar la casa de sus padres ante la presión de no poder escoger lo que quería.

No aspiraba más a eso, a seguir de fiesta, de chica en chica, a tomarse las cosas a la ligera. Estaba por cumplir los veintiocho años, necesitaba ya un plan de acción que le diera estabilidad a futuro, que lo hiciera sentir conforme con lo que tenía y en eso estaba el transformar su pensar y forma de vivir.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now