6. Hey Jude

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Lo que tenía a su favor al conquistar a una mujer era su ingenio para seducirlas, además de saber cómo llegar a ellas. Lo que no supo era que, para llamar la atención de cierta dama en particular, debía armarse de otra cosa más; paciencia.

Pasaron dos semanas luego de lo sucedido en la bodega. Mérida se alejó, casi no le hablaba ni compartían música como antes, sólo le daba indicaciones y nada más. Lo que complicaba su objetivo de conquistarla era que, de lunes a viernes, ella laboraba hasta el mediodía, lo cual lo frustraba porque su relación se basaba en trabajar.

Así que, al ver agotadas sus opciones, resolvió saltarse el paso de los detalles y halagos, ser más directo con lo que quería.

Era mitad de semana, ese día se motivó porque tenía otro regalo especial, la excusa perfecta para que ella rompiera el silencio al que lo relegó. De seguro le gustaría.

Desde que la detalló más se percató de sus intentos de espiarlo; las miradas por el rabillo del ojo, el aparentar concentración al colocar productos mientras se le escapaba una inspección para cerciorarse que él hiciera lo que le ordenó, acciones que supo, las ejecutaba cuando estaba distraído. No reparó en ello sino como a los días, después de que sus conversaciones se centraran en las tareas a realizar. Se mostraba muy seria, pero conocía su debilidad; que él rondara muy cerca, por eso, no hubo oportunidad que no aprovechara para pasarle por la espalda o le hablara directo al oído con tal de provocarla. Le daba gusto verla brincar del susto cada que lo hacía o que se encogiera en su lugar, cual borreguillo asustado, temblando de los nervios.

Luego llevó sus intenciones al siguiente nivel sin que ella se lo esperara.

El lunes de esa segunda semana fue al grano; apenas supo que estarían juntos ordenando el desastre que ocasionaron los trabajadores durante el turno del domingo en la bodega, aprovechó que ese lugar era poco concurrido para acorralarla contra un estante y robarle un beso fugaz. Como Mérida no le dijo nada, lo hizo durante toda la mañana ante cada descuido; besos en la boca, en el cuello, hasta en la frente, al punto que la puso más que alerta, incapaz de darle la espalda. Eso le encantó porque pese a pedirle que le avisara si ya no quería que la siguiera besando, ella ni siquiera protestó.

El martes se contuvo debido a que estaban en la sección de granos y productos que se vendían al mayoreo. Fue algo menos frecuente que el lunes; besos en su mayoría en la mejilla, acompañados de halagos como que lucía hermosa cuando se sonrojaba o que le encantaba verla temblar como pollito mojado. Por poco Mérida salió corriendo cuando en un descuido le plantó un beso en los labios, fugaz, pero suficiente para envararla. Se divirtió tanto que la mañana se fue volando, añorando que se terminara rápido la jornada para verla al día siguiente.

Ese miércoles estaban en la sección de congelados, por la parte trasera de los frigoríficos para abastecerlos y retirar unos envases de helado que se echaron a perder porque un congelador estaba fallando. Resolvió no ser tan intenso; como de costumbre la saludó con una media sonrisa y la dejó hacer lo suyo. Mientras se encargaba de retirar los productos derretidos, observó a Mérida limpiar los suelos con un trapero, centrada e inexpresiva.

Ella vestía en esa ocasión una blusa manga larga blanca, con cuello de botones, cerrado hasta bien arriba. Tenía el cabello atado por la parte de arriba para despejar su rostro. El pantalón que portaba era igual a los que solía usar, de jean color negro, holgado para su delgada figura.

Al recoger el último envase que depositó en la gran caneca de los desechos, usó una toalla que Mérida le dio para limpiarse las manos. Extrajo del bolsillo de su pantalón dos cosas; tal como con el primer regalo que le dio, en su celular programó una canción de la banda que, al momento en que la voz del cantante resonó por el pasillo, hizo que la mujer a unos cuantos metros de distancia se detuviera a echarle un vistazo.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now