15. Lamento Meridiano

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La consoló hasta que los ánimos menguaron, quedando admiración entre ellos. Eran incapaces de romper tan ínfima cercanía, esa conexión tácita al saber el alivio del otro. Al percibirla tranquila, Gustavo sonrió de lado al recordar cómo se refirió a él. Que le diera ese afectuoso mote le gustó sobremanera; nadie le decía así.

—Me llamaste Gus —comentó, burlándose entre dientes. Agarró desprevenida a la mujer cuya cara aún acariciaba.

La aludida abrió los ojos en amplitud; se ruborizó en un santiamén, tanto que a Gustavo le fascinó cómo se puso.

—Perdón —se disculpó, avergonzada, bajando la mirada.

La soltó para no acomplejarla, distancia que no duró mucho porque le afianzó las manos, obteniendo su atención.

—No te disculpes, me gusta que me llames así. —Tal confesión la estremeció de más cuando le alzó las manos para depositar un beso en cada una.

Apreció ese gesto tan bonito, erizándose cuando él le sonrió de lado, con ese carisma que destilaba. ¿Era verdad lo que pasaba? Según, creía que su marido era inventado, el problema era que se arrepintió de asegurarle que en realidad sí estaba casada, que no eran excusas para alejarlo. Que se portara tan atento y amable, que pasara por alto el enojo, que ni siquiera fuera brusco a pesar de su confesión, le anularon las intenciones de aclarárselo.

No ganaba nada con repetirle lo que se negaba a aceptar, así que guardó silencio. Distraída, se dejó guiar por él a la cama y obediente acató su pedido de sentarse. Lo observó por varios segundos, sorda a lo que le decía, limitándose a asentir, sumida en cuestiones de por qué no podía sincerarse, reconociendo que era tan buen hombre que se negaba a herirlo. Le partió el corazón la sonrisa que le dedicó, preguntándose por qué era tan desalmada al insistir en quedarse cuando debió irse al primer intento.

"Tal vez no es el momento", pensó y se convenció al instante.

Hablaría con él en otra ocasión donde sus emociones no fueran radicales, tal vez así él recapacitaría en que lo que sentía por ella era pasajero, no amor como afirmó y que por eso estaba reacio a admitir que estaba casada.

Gustavo se marchó de la habitación en busca de algo para comer, o eso fue lo que le entendió. Mientras esperaba su regreso, fue al equipo para apagar la música y poner el disco donde lo encontró. De vuelta a la cama bostezó, recibiendo el peso del cansancio en sus párpados y espalda que dolía por la extenuante jornada laboral. Era de sueño inmediato, no obstante, se sentó, recostando la espalda contra el cabecero, retrasando el caer rendida. El espacio era pequeño, apenas cabría una persona. Miró por la ventana, suspirando en derrota por la lluvia que aún caía, inclemente, incesante. "Dudo que me pueda ir ahora"; reconoció, inquieta porque quiera o no, tendría que pasar la noche junto a Gus.

Eso no le perturbaba, el inconveniente estaba en que debía volver a casa al día siguiente temprano en la mañana ya que David y su hijo regresarían de su viaje. Resolvió no pensar en eso para no atormentarse más, para pasar el resto de la noche tranquila...

Le llevó varios minutos calentar la comida guardada en el refrigerador, así como colgar en ganchos la ropa de Mérida y suya en el pequeño cuarto de ropas; casi se le quemó lo que puso en la sartén. Al regresar a la habitación con dos rebanadas de pizza en un plato y una botella de refresco, le enterneció la escena con la que fue recibido; Mérida dormida, acurrucada en la parte alta de la cama. Le resultó tan linda su manera de acostarse, como si fuera un bebé, faltándole poco para meterse el pulgar a la boca.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now