24. Por él

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Los días encerrada en el apartamento eran eternos, como andar en círculos en un bosque tenebroso. El primer día, luego de la reprimenda de David, se la pasó en cama; levantarse era como si repitiera la tortura de los golpes, pero a un grado medio ya que regulaba hasta dónde tolerar el dolor, el entumecimiento en sus extremidades o el ardor de las laceraciones. Fue al baño privado de la habitación y sin mirarse al espejo se metió a la ducha para lavarse con agua pues el jabón le picaba en cada herida, incluso tocarse ella misma. Asearse era una tarea de unos minutos, pero esa vez duró más de una hora, queriendo que el agua se llevara el malestar en su cuerpo y la tristeza.

No paraba de llorar porque su marido la encerrara bajo llave. Le partía el corazón que por sus indecisiones hirió a Gustavo, de quien se acordó cuando le retumbaron las crudas palabras que le dio luego de que se marchó del trabajo. El que se enojara con ella fue peor que sus imaginaciones de que ese momento se diera, que la despreciara; que ni le deseara algo bueno fue lo que liquidó sus esperanzas de que al ser libre le diera una segunda oportunidad. Lo lloró ese domingo hasta que sus ojos se irritaron y su corazón quedó sumido en el limbo de la desilusión. Acostada en su cama pasó la mañana, la tarde, la noche, sin que su marido se asomara para darle de comer, pasó su primer día consciente de que, de esa prisión, saldría hasta que su carcelero fuera piadoso.

No se preocupó por Manuel aunque lo extrañara ya que por lo regular los sábados o los viernes iba con él al parque del conjunto para pasar un rato de juegos. Si ella no estaba, David se encargaba de llevarlo al cine o a distraerse lejos del apartamento para que no insistiera en verla en esas ocasiones cuando quedaba tan lastimada que no podía incorporarse de la cama.

Entrado el lunes, aunque David hizo acto de presencia en el cuarto que compartían y le pidiera estar un rato con Manuel, ante la inminente negativa que le dio se entregó a la tristeza, más aún cuando, ante sus ojos le estrelló su celular contra el piso para luego tirárselo casi en la cara.

—Te prohibiré todo, a ver si así me obedeces de una buena vez. —Fue la sentencia que le dio luego de destrozar que la mantuvo cuerda por tanto tiempo.

No le demostró cuánto le afectó, se quedó en silencio, sumisa, aceptando ese nuevo mandato que se sumaba al largo listado de las cosas que no podía hacer.

El daño era irreparable; la pantalla quebrada era lo de menos porque así arrojara imagen, lo que en realidad le importaba estaba dentro del teléfono. Ingresó primero a su galería de fotos donde buscó en las carpetas más antiguas las fotos de sus padres, los últimos videos que grabó de ellos, topándose con que no estaban. Buscó desesperada en cada archivo y al no encontrar nada se echó a llorar, sentada al pie de la cama, abrazándose las piernas por la impotencia irrefrenable. Le dolía el cuerpo, pero eso no se comparaba con el desamparo de su alma porque lo que tanto cuidó de sus padres, sus últimos recuerdos, fueron eliminados. Así fue su segundo día, encerrada en el apartamento, llorando por el recuerdo de Alberto y Esperanzas, por sus sonrisas, sus abrazos, sus voces que al escucharlas en su celular eran como retroceder a esa época tan brillante donde era tan feliz que anhelaba cada noche despertar en ella.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now