45. Cambio de planes

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Escuchó una canción lejana; pensó que provenía de alguno de los apartamentos, no obstante, se hizo más intensa, como si se acercara a él

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Escuchó una canción lejana; pensó que provenía de alguno de los apartamentos, no obstante, se hizo más intensa, como si se acercara a él. Dio un vistazo hacia las escaleras que ascendían al tercer piso al oír unos pasos presurosos y, como si fuese una visión, dilucidó a quien con ansia esperaba.

Vestía muy diferente a como acostumbraba; lucía un vestido blanco con flores, de tirantes, que le quedaba más abajo de las rodillas, con unas sandalias que hacían juego con una diadema que despejaba su rostro de su cabello bien peinado, casi intacto. No tenía maquillaje, siendo le rubor natural en sus mejillas lo que le daba algo de color a su rostro níveo, al igual que sus finos labios, rosados porque minutos atrás se los mordió ante los nervios de afrontar esa visita de la que se olvidó por lo acontecido esa mañana.

Después de que se calmaran las aguas por la indeseada aparición de su pronta exsuegra, Mérida, luego de notificar a su abogada de esa inusual visita, fue al apartamento de Berenice. Le costó cruzar la entrada de su hogar por miedo a toparse con Berta, siendo su hijo quien la animó a olvidar esa fobia a salir que ya había superado. Por él fue que pudo estar con su vecina, buscando refugio para recobrar la seguridad y el valor.

Los consejos de la veterana mujer le sirvieron para llenarse de motivos, tomando con incredulidad y algo de pena sus elogios al enfrentar a su suegra como lo hizo, luego de que le relató lo que pasó. Después vino una charla extensa donde esa amable pero firme abuela la reprendió por huir cada que se le presentaba una situación que implicase encarar a los que la lastimaron.

«No puedes estar corriendo cada que vienen, Merita. Tú tienes más poder, no temas a parártele firme a esa vieja sinvergüenza. Piensa en todo lo que te hizo pasar ese corroncho desgraciado, en lo tanto que te lastimó. Llénate de rabia, mijita, enójate y muestrales eso que te hicieron pasar ese par de desgraciados, que sepan que ya no serás la misma de la que se aprovecharon»; fue lo que le dijo Berenice, casi como un regaño, consejo que la apenó a la vez la concientizó de que, si dejaba que el miedo la dominara, jamás se recuperaría ni le daría a su hijo lo que necesitaba.

Luego de eso vino lo que hizo que la venerable abuela la llevara de vuelta a su hogar.

De improviso, Mérida se acordó de su cita con Gustavo, comentario que se le escapó y que doña Berita no dejó pasar. Casi a empujones instó a la indecisa madre a que se arreglara para recibirlo, sugiriéndole un vestido que le obsequió Julieta, que por ser muy llamativo no se atrevió a ponerse. Fue ahí que le dio otro comentario que la transportó a los años en que vestía con más colores, de vestidos, sandalias y presumía de una cabellera larga hasta la cadera, que era la envidia de sus amigas y compañeras.

«Eras más despampanante, lo recuerdo muy bien. Siempre te veía con vestidos de princesita, con ropas de colores, con esa melena hermosísima que te gustaba peinarte de tantas maneras, de colitas y trencitas. Sé que ya eres adulta, que tienes un niño y que deberías vestir como una mujer de tu edad, pero no por eso te conformes con ropa de señoras, esas déjamelas a mí. Todavía eres joven, que no te de vergüenza lucir estupenda. Es a ti a quien debe gustarle, que no importe lo que diga la gente metiche»; le sugirió después de escoger el vestido que portaba, entregándoselo en las manos.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now