3. Me gustas

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En silencio comieron, Mérida sumida en sus pensamientos y Gustavo admirándola.

Hasta masticando le parecía hermosa. El cómo sus mejillas se hinchaban por el alimento que ingería, la forma en que movía la mandíbula, como sus delicados dedos sostenían la hamburguesa, detalles tan sencillos, pero que para él lo eran todo.

Suspiró al considerar proponerle salir a un lugar que no fuera dentro de ese almacén. Quería pasar un rato en verdad agradable donde no tuvieran que lidiar con el dichoso trabajo. Así fueran a caminar a un parque sería feliz con eso. Cada que le sugería una cita ella se le iba por la tangente, diciéndole que sólo allí aceptaría estar con él lo cual no comprendió. ¿Se avergonzaba de que la vieran a su lado?

Se detalló los brazos; tenía tatuajes en cada uno, no eran escandalosos ni de presidiario como decía en broma su amigo Fabián. Luego tocó su cabello, algo largo para un hombre común, aunque él no quería ser común. Le gustaba su estilo, vestir de cuero, botas y jeans, tener el pelo hasta los hombros, su barba de contados días y de no ser por el trabajo, colocarse camisetas sin mangas para lucir sus tatuajes y brazos fornidos. No encontraba nada de malo con su apariencia que lo volvía seguro de sí mismo, entonces ¿por qué pensaba que a Mérida no le agradaba?

Le echó un vistazo por el rabillo del ojo; distraída, comía las papas fritas y bebía la soda por un sorbete. Las dudas se le agolparon más y más. ¿Por qué no le hablaba tanto? ¿Por qué era tan reservada cada que averiguaba sobre su vida? Con cada pregunta más lo desilusionaba. Consideró que lo trataba por cortesía, por ser su compañero y porque no tenía más remedio que convivir de ese modo porque pasaban juntos la mayoría del tiempo. Se estaba ilusionando a lo tonto; ella no demostraba interés, le respondía a medias o enmudecía cuando no quería hablar de algo personal. Tanto misterio que la rodeaba, aunque le fascinara, lo hizo creerse un idiota por ser el único que quería que surgiera algo más entre ellos.

Distraído fijó la vista al frente, optando por abandonar esa especie de cortejo. Conocía tan poco de ella, sólo que le gustaba la misma música que él, de resto no hubo más. Además de que era el único que entablaba las conversaciones, que ella era poco participativa y ni siquiera demostraba interés por conocerlo.

Suspiró sin percatarse de que Mérida, ante ese sonido particular, lo observó con disimulo.

Lo notó tan serio, pensó que algo malo le pasaba. ¿Habría hablado con Vanesa? ¿Le comentaría algo sobre ella? No le dijo nada a esa mujer, ni le dedicó un mal gesto, nada que le sirviera para acusarla. Tal vez estaba cansado o preocupado.

¿Y si era por alguien más? Repasó su conversación con Nicolás al inicio del día, donde este último le preguntó si tenía novia. ¿Si la tenía y pasó algo entre ellos? Por dentro, el corazón de Mérida se contrajo, no supo por qué si no eran más que amigos. Lo veía como eso, un amigo, no un confidente a quien podía contarle secretos, pero si con el que compartía un gusto mutuo.

Desde que hablaron esa primera vez en la bodega le agradó su amabilidad, lo atento que se portó. No era como los demás hombres que la trataban con molestia, malinterpretando su comportamiento pues era tímida para entablar un dialogo o una amistad.

Tal vez necesitaba distraerse, después de todo, notaba que con ella se aburría porque se dedicaban a trabajar sin descanso, siendo la música el mediador de sus diálogos durante su jornada.

Depositando la bandeja a un lado, agarró su celular que reposaba cerca, le quitó los audífonos y buscó una canción que le quiso enseñar. Era de una agrupación que por él empezó a escuchar; sus tonadas eran algo pesadas, poco le agradaban por lo estruendoso de las guitarras, no obstante, una canción de ellos le gustó por su letra y entre esa búsqueda descubrió un cover que le pareció bonito y quiso compartírselo, deseando que le encantara como a ella.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now