46. Por qué me involucré

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Mudarse de ciudad implicaba empezar desde cero, lo que no sería malo si no fuera porque recién consiguió un empleo donde ganaría un buen dinero que tenía destinado para un futuro con Mérida de ser posible

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Mudarse de ciudad implicaba empezar desde cero, lo que no sería malo si no fuera porque recién consiguió un empleo donde ganaría un buen dinero que tenía destinado para un futuro con Mérida de ser posible. Que ella se fuera le fue inconcebible porque no estaba en sus planes; siempre creyó que apenas se recuperara y hablaran de su situación retomarían lo que quedó pendiente entre ellos. ¿Qué pasaría si se iba? ¿Tendrían un noviazgo después de todo? No era partidario de las relaciones a distancia, además, esperar otro par de meses para estar con ella no le agradó, considerándolo una burla del destino, como si éste le dictara que no podrían estar juntos.

—¿A dónde piensas irte? —le preguntó, manteniendo a raya el hacerla desistir de esa idea.

—Hablé el otro día con Julieta de eso —explicó, evadiéndolo al remediar en la ventana al costado del sillón donde aun permanecía sentada—, de que no quería regresar al apartamento, que quería irme lejos, empezar de nuevo. —Cabizbaja, incapaz de comprobar si Gustavo se molestó por ello, vio hacia sus manos entrelazadas—. Me sugirió que fuera con unos familiares suyos que viven lejos. Iría con ellos, me establecería allí, segura de que no nos molestarán más.

—Si, pero ¿en dónde? —preguntó un tanto insistente, suavizando el tono de voz.

Mérida enseguida lo observó con una expresión inflexible que desconoció.

—Mi intención es que nadie sepa a dónde pienso ir.

Le pudo, mucho, el que fuera así de concluyente, resuelta, sórdida en su respuesta. Eso sólo quería decir una cosa a la que se negó rotundamente.

—Sé que no me citaste para decirme que te vas —enunció, frunciendo un poco el entrecejo, pasando saliva para bajar ese maldito nudo en su garganta que le impedía hablar con calma—, y sé que este asunto no se trata de mí ahora, pero siento que si me pediste venir es porque tienes algo que decirme.

La dejó sin argumentos. Entre asombrada y apabullada intentó serenarse pues los nervios le podían, más por el disgusto que Gustavo reflejaba. Repasó lo que le iba a decir, no adornar la verdad de por qué se involucró con él pese a estar casada, tal vez así lograría no ilusionarlo más con ese amor que alguna vez se tuvieron, que, aunque quisiera retomar, ya no podía ser.

Por el nerviosismo que Mérida evidenciaba y porque creyó que la intimidaba de más estando de pie, regresó al sofá. Se sentó con tosquedad, manteniendo la postura de antes, con los codos en las rodillas y las manos entrelazadas. Ella al verlo un tanto más tranquilo, se mordió los labios y, a ojos cerrados, relató su secreto mejor guardado.

—Quería hablarte sobre... por qué me involucré contigo.

Gustavo guardó silencio, vio a un punto inespecífico de las cortinas coloridas que tapaban las ventanas. Con gesto taciturno, caviló en esa verdad que siempre le quiso escuchar y que, ante las circunstancias, ya no le apetecía.

Lamento Meridiano ©Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ