43. Sábado en la mañana

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No supo si era costumbre o incertidumbre el despertarse antes de las seis de la mañana ese sábado

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No supo si era costumbre o incertidumbre el despertarse antes de las seis de la mañana ese sábado. Por su discusión con Tito quedó en vela viendo hacia el techo, cuestionándose si lo que dijo fue correcto.

Se levantó cuando la cabeza le empezó a doler de tanto dar vueltas sobre la cama. Fue a la cocina y para matar el tiempo restante antes de partir a su trabajo preparó el desayuno, acordándose de su compañero de alquiler, que de seguro escuchó lo que discutió con su examigo.

No le importaba que los demás supieran de su vida privada, tampoco el conocer su opinión porque solía toparse con comentarios desatinados como los de Tito o los de Vanesa, esa entrometida que le contó cosas sin sentido a su amigo quien debió apoyarlo en vez de creerle a ella. El asunto era que de tanto que se atrevían a juzgar lo que hacía y lo que no, se sentía más que señalado, menospreciado y a veces solo.

En el nuevo trabajo le costaba hacerse de amigos; desde que concretó la venta de la motocicleta más cara lo veían como un lamebotas y no como un colega más que quería preservar su empleo. Su jefe, aunque lo trataba bien y lo aconsejaba cuando le pedía alguna sugerencia, no le brindaba nada más puesto que se recalcaba que era su superior, con quien no podría tener una amistad sincera porque sus compañeros malinterpretarían sus intenciones. Con Julieta era la misma historia; pese a que dialogaban como dos amigos, al momento de tocar asuntos vinculados con Mérida, ella siempre tendía a respaldar a su amiga, a protegerla y cada comentario iba referido a su bienestar, quedándole el conformarse con lo que fuera que decidiera por Mérida, que muchas veces discernía de sus deseos.

Con Tito conversaba por horas y pese a sus reproches al menos recibía un consejo que medio le servía. Ahora con esa fuerte disputa quién sabía cuándo le volvería a hablar. No contaba con nadie más; pensó en Fabián, pero con él también fue un cretino. Luego de cómo lo trató en la última salida que tuvieron se alejó. Era amable, lo saludaba, no olvidaba comprarle de cenar los días acordados, pero de ahí no pasaba la convivencia. La vez que le ayudó a elaborar su currículo para que lo presentara en el nuevo trabajo, lo asesoró con una cortesía que rayaba a la evasión al querer acabar pronto para retomar ese trato indiferente.

Mientras preparaba el café con leche para servirlo en dos tazas, se reprendió por cómo fue con él. No tenía la culpa de sus decisiones, de que se hiciera de ilusiones con Mérida en ese entonces, cuando pensaba que lo utilizó sin conocer los motivos de su engaño. Fabián tuvo la razón con respecto al comportamiento de la mujer de la que se enamoró; lo intentó aconsejar y aun así lo mandó a volar. Fue el único que lo quiso ayudar de verdad, no obstante, tomó su interés como el de un entrometido y hasta ese momento en que se sentía más solo que nunca, reconoció su error.

Suspiró con desgano, resignado a manejar su situación sin un consejo previo. Debía retener las emociones que lo consumían, guardarse sus inseguridades porque no tenía a quién expresárselas, después de todo, así lo prefirió desde que optó por salir de casa de sus padres por considerarse lo suficientemente maduro para afrontar la vida adulta sin la ayuda de nadie. Se burló en ironía porque hasta en eso se equivocó; si fuese en verdad autónomo pagaría el alquiler de su propio apartamento, tendría un buen empleo desde hacía rato y estaría estudiando en una universidad mientras tanto, en cambio recién se desprendía de su orgullo, tomando acciones maduras que consideró, ya era muy tarde escogerlas.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now