33. Pensar como él y no como tú

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Quedó desprovista de emociones luego de llorar por la ausencia de Julieta

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Quedó desprovista de emociones luego de llorar por la ausencia de Julieta. Después de que se fue, la sensación de abandono la sobrecogió. A cada rato miraba la puerta, asustada de que su marido apareciera y le exigiera marcharse, siendo la pertinente aparición de una mujer la que mermó sus miedos.

Escuchar de otra persona que estaba a salvo la sacó de ese derrotismo que acogió desde que se casó con David, donde se preparaba para el peor de los escenarios. Le costó al principio asimilar que la pesadilla acabó, que entró en ese proceso que en imaginaciones creyó irrealizable, más cuando aquella psicóloga le indicó que pese a sentirse vulnerable y asustada, debía ser valiente por su hijo, su motivo de vida.

Fue distinto escucharla, la consideró la voz de la razón que fue diezmada por su esposo. Le brindó una pizca de todo; de confianza, de entereza, de ánimo, de valentía, más cuando le escuchó que por Manuel debía divorciarse si quería brindarle un hogar seguro.

—Te recomendaré una abogada —mencionó la doctora Claudia quien, sentada en una silla dispuesta para las visitas, permaneció a su lado mientras comían la merienda de mediodía.

Era una dama de no más de cuarenta años, con el cabello castaño claro recogido en una alta coleta. Sus delineadas cejas le brindaban un toque más serio a su semblante, sin embargo, su mirada amarronada, de ojos expresivos y algo grandes, oculta tras unas gafas de marco colorido le transmitieron confianza a Mérida quien, en silencio y en automático, comía lo que le trajeron.

Ante tal sugerencia la aludida le observó con ojos bien abiertos, virando el rostro en su dirección, con tal arrebato que la doctora detuvo el trayecto de la cucharilla con la que ingería la gelatina que Mérida no quiso comerse.

—Sé que te asusta —mencionó, dedicándole una sonrisa sutil que alivió el impacto de sus palabras—, pero es el primer paso a seguir si quieres hacer las cosas bien.

Se produjo un silencio tenso donde Mérida no se atrevió a opinar; no quiso entrar en contradicciones ni ser amonestada por desistir de hacer eso con tal de evitar la ira de David. Le costaba y le seguiría costando alejarse de él porque el miedo la arraigaba a permanecer a su lado para no recibir daño alguno. Eso la psicóloga lo intuyó y por ello la acompañó durante su descanso, pues le recordó por qué decidió estudiar la carrera que ejercía.

—¿Sabes? —mencionó, luego de terminarse el aperitivo que la paciente en camilla no quiso—, no eres la primera mujer que conozco que pasa por esto. Por ser el sexo débil se nos considera frágiles, incapaces de enfrentar a alguien más fuerte y dominante, pero todo está aquí. —Se señaló la sien—. Bien dicen que la mente es el instrumento más poderoso y va en cómo la capacitemos para afrontar esos retos que creemos somos incapaces de realizar.

»Ahora estás en ese debate —continuó, mirando al frente, recordando las anécdotas de las pacientes que trató, las vivencias que superó y seguía afrontando—, de si lo que haces está bien o no, y aunque para mí sea fácil decirte piensa en tu hijo, lucha por él, sé que no te será sencillo porque tus pensamientos dictan que lo mejor es no desafiar lo que no debes. Por eso tienes que luchar contra ella —indicó, otra vez apuntándose la cabeza con un dedo, reparando en Mérida que atenta la escuchaba, sin apartarle la vista—, así parezca imposible, así no quieras pues es tuya, hace parte de ti. Debes reprenderla de que no está bien tener miedo por buscar lo que te haga sentir segura y feliz.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now