29. Su pasado

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Los domingos que eran sus días sagrados para descansar, en esas últimas semanas los pasó fuera del apartamento. En el primero visitó a Julieta para animar a Manuel, y en ese segundo fin de semana su plan era ayudarla a sacar las pertenencias del esposo de Mérida.

Acordaron verse a eso de las diez de la mañana, así que puntual estuvo en el lugar pactado, haciendo una breve visita a doña Berenice y a Manuel quien estuvo un poco más alentado porque la abuela y su nieta le enseñaron a preparar arepas para cuando su mamá regresara.

Quince minutos después fueron al hogar de Mérida.

El apartamento tenía con cierto aire de desolación, como si le faltara algo; les trasmitió la soledad misma. El silencio pese al ruido de los hogares contiguos era abrumador, como si anunciara aun lo que pasó en el interior, siendo el testigo inamovible de tantos maltratos. Decaído, Gustavo echó un vistazo, imaginando que por ese espacio que no tenía nada de la esencia que Mérida le mostró, vivió atrapada, incapaz de defenderse de la escoria humana con la que se casó.

Se detuvo en medio de la módica sala que contaba con un sofá largo y un sillón, cubiertos con un manto tejido de color café oscuro, junto con una mesa para té y un estante. Eran muebles de antaño, a excepción del televisor de pantalla plana y una consola de videojuegos que se le hizo extraña, hasta arrugó el gesto pues no imaginó que Mérida ostentara en algo así.

—Morenito —le llamó Julieta quien igual se mantuvo ensimismada repasando el entorno; antes no tuvo oportunidad de observar a fondo el apartamento, y al fin que pudo creyó que entraba a otro espacio que no mostraba nada de su amiga. Era un sitio tan desabrido, sin gracia, en apariencia vacío, sin esencia de un hogar familiar donde hubiera cariño y respeto.

El mencionado la volvió a ver, hallándola sentada en el apoyabrazos del sofá. Enseguida se sentó en medio del asiento, mirando hacia el televisor que se le hizo demasiado gasto para una sala tan precaria.

—Te quería comentar algo sobre Mérida, su pasado —explicó mientras se deslizaba hasta caer sentada al lado de Gustavo, manteniendo la distancia.

El aludido giró el cuerpo para prestarle así atención. Julieta se quedó mirando con desanimo el televisor tan grande e innecesario, en esa consola que supo enseguida era un capricho de David por mostrar su autoridad. Dinero mal gastado ante las deudas que Mérida adquiría por cubrir la colegiatura de Manuel y los servicios del apartamento.

Al echarle un vistazo a Gustavo creyó necesario contarle la situación de su amiga, sobre todo por la indeseada visita que al mediodía iban a recibir. Merecía saber por lo que tuvo que pasar para que comprenda un poco mejor por qué se mantuvo tanto tiempo al lado de ese cretino, soportando humillaciones y golpes.

—Ella es huérfana —habló sin más, desviando su atención al frente, hacia la ventana que se alzaba atrás del televisor—. Ella fue adoptada por el matrimonio de los Quintero cuando cumplió unos ochos años. Creció con ellos aquí, en este apartamento —informó, señalando con un dedo hacia abajo, centrándose en los ojos claros de un serio Gustavo que le escuchaba con atención—, tuvo todo lo que una hija pudiera querer; unos padres que la apoyaban y querían, estudio en los mejores colegios, hasta estudió pintura. Ella era la luz de sus ojos, la alentaron en cada sueño que quisiera cumplir. Todo fue bonito hasta que ellos fallecieron, hace unos siete años atrás.

Lamento Meridiano ©Where stories live. Discover now