Capítulo 10. Bagdad

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Buscador del Metal

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Buscador del Metal

Grillo había salido de Granada a lomos de su montura —un caballito pequeño y rápido decorado con borlas, que le había regalado el chambelán de la Alhambra— y había peinado la zona durante toda la mañana.

Granada se encontraba en el centro más absoluto del Señorío del Metal. Era la conexión ecológica entre el desierto árabe del norte y las llanuras Transhimalayas del sur, reuniendo jóvenes trabajadores de tez morena y la cabeza redonda como un garbanzo con aquella calima suave y agresiva que volaba dentro del aire.

Sentado a la sombra de un saúco, mientras almorzaba unas uvas que había cogido a unos vendimiadores granadinos, Grillo aprovechó para leer con calma la carta que le había enviado su joven compañero de la Corte:

«Estimado Grillo,

El retiro de Maalouf se ha hecho público. La investidura de Xantana tendrá lugar esta tarde en la mezquita principal de El Cairo. Tendrías que verle, entrando todo radiante por los pasillos de palacio encima de su caballo árabe blanco, llenito de orfebrería hasta las orejas. Creo que Xantana será un mejor Señor del Metal; corrían muchos rumores de que Maalouf llevaba a los infantes de la Corte a su alcoba por las noches. A él no le han visto en toda la semana, por cierto.

La fiesta de bienvenida que nos organizó el comandante de la Academia fue bien. Comimos cordero, bebimos vino y luego nos presentaron a una mujer a cada uno. La mía se llamaba Zaina y tenía unos ojos muy bonitos. Sabía hacer una cosa increíble con los pies, que parecía que tenía manos. No sabía yo que se podía hacer eso, así que terminé rápido y ella se rio muy fuerte. Creo que el sexo es un mundo fascinante, me impacienta mucho saber todo lo que me queda por conocer.

Por cierto, hoy nos han llevado a cazar patos con escopeta. Es la primera vez que disparábamos a un blanco vivo. He conseguido darle en el ala y ha caído del cielo haciendo una espiral, pero el que más puntería ha sido mi compañero, que le ha dado en el ojo y se le ha salido la sesera por el otro lado. Luego la ha cogido en la mano y me ha dicho que no era capaz de comérmela. Se equivocaban. Yo soy capaz de todo.

Ahora sí que me respetan, y no por mi apellido.

Atentamente,

D. Alphonse, marqués de Sade.

PD: ¿Y tu búsqueda cómo va?»

Grillo sonrió vanidosamente y levantó la vista.

Luego le dio la vuelta a la carta y sacó el bote de tinta y la pluma que llevaba en el garniel, apoyó el papel sobre el cuarto trasero de su montura y comenzó a escribir:

«Pequeño Marqués de Sade,

Yo ando buscando al hipocornio por Granada, pero el ejército tampoco lo ha visto. También me he pasado por las minas de al-Amand para ver si conseguía averiguar más información, pero solo han sabido decirme que el lugar se está infestando de cazarrecompensas intentando encontrarlo antes que los Buscadores. Incluso hay algún maniático que ha comprado carísima la sangre del hipocornio que cayó al suelo cuando fue herido de bala. La gente está mal de la cabeza. Yo ahora mismo me dirijo hacia el sur, porque he recibido un aviso de que han visto al hipocornio meterse en una mina a un par de días de viaje de mi posición. Reza todo lo que sepas.

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