Capítulo 29. Toscana

72 9 41
                                    

Buscador del Aire / Buscadores del Mar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Buscador del Aire / Buscadores del Mar.

La primera vez que Malinois encontró a Dharma comiendo en medio de la noche, se asustó un montón.

La Buscadora del Mar había salido de la tienda de campaña y se había dirigido al carruaje de apoyo, sujetando la vela con la mano y rebuscando entre los víveres en el más absoluto de los sigilos. Ni siquiera el centinela que vigilaba la carga se había despertado, pero Malinois tenía el sueño muy ligero y se quedó quieto como una lechuza mientras escuchaba a Dharma zampar alfeñiques de jengibre. Malinois no acertaba a comprender por qué lo hacía mientras todo el mundo dormía, ni sabía si aquello estaba bien o mal. ¿Cómo se suponía que tenía que juzgar a alguien que hacía una actividad común como era comer, pero que la hacía a escondidas?

Entonces se dio cuenta de que solía hacerlo muchas noches, así que se relajó.

­—Me ha entrado hambre —le explicó un día con una onza de chocolate en la mano, al volver a la tienda y encontrarse a Malinois despierto—. Me lo como por si se acaba.

Sí. Eran gente rara, aquellos dos.

Por ejemplo, dormían juntos en la misma cama, cosa que no había visto hacer jamás a un padre y una hija. Quizá fuera una tradición propia del Señorío del Mar.

Por la mañana, Dharma se desperezaba de los brazos de Konah y dejaba escapar una voluta de calidez que había bajo las mantas. Luego salía al exterior como una valiente y se metía en las aguas frías de algún río, cuando el rocío todavía no se había evaporado, y su padre siempre la esperaba en la orilla para envolverla con una toalla de franela.

El proceso era rigurosamente cariñoso y protector. Malinois siempre miraba este ritual con curiosidad, manteniendo una distancia prudente para no crear conflictos sexuales y admirando las gotitas que cubrían el cuerpo moreno de Dharma. La chica daba saltos en el sitio y se abrazaba a Konah con sus muslos de ranita.

Entonces Malinois se fijaba en su mano, rugosa y marchita como la de una anciana. Rompía con su estampa de cierva impecable, pero la habría reconocido en cualquier parte porque a su Señorío también llegaban niños con la mano en ese estado.

Un día preguntó por ella, mientras Dharma devoraba el desayuno.

—Pues claro —rio Konah levemente—. Es así como le quedó la mano cuando pasó por el proceso de borrado de los Cerros de Cambalache, naturalmente. No todos tienen la suerte de nacer por vientre prestado.

—¿Qué es vientre prestado?

Se arrepintió al instante de mencionarlo.

—Un concepto demasiado complicado para ti.

—¿Cómo te pueden prestar un vientre? —insistió Malinois.

Konah suspiró.

—Las familias lilas no pueden parir hijos de forma natural, así que tenemos varias formas de tener descendencia. Una de ellas es adoptar a un niño refugiado, y otra es buscar a una mujer lila que acceda a gestar un hijo, y que luego nos lo ceda a cambio de una recompensa económica.

Relatos del barroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora