Capítulo 17. Merzouga

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Buscador de la Sal

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Buscador de la Sal

El hombre había revuelto la casa entera para buscar sus botas altas, sus espuelas y su casaca de cuero. Su mujer le seguía por la casa como un perro ovejero, dando tumbos con el enorme bombo que tenía por tripa y recogiendo torpemente las hebillas y los alfileres que caían al suelo.

Ambos tenían el símbolo del hueso fémur tatuado en el dorso de la mano.

—Eso aún no está cosido. Déjalo. Déjalo.

—Tú no te agaches, mujer, que se te va a salir el bebé.

—Pues tú deja de andar de acá para allá y párate a pensar —gruñó ella.

—Que ya está todo pensado, Mud. Que he aceptado.

—Ya. Tanto meditar y no me digas que ahora te entra la prisa...

—Me entra prisa porque es justo lo que quiere Zein —replicó, encarándola con decisión—. ¿De qué sirve nombrar Buscador a alguien que ya viva en este Señorío si luego tardo tres semanas en salir? Pienso ser el primero encontrarlo y honrar la oportunidad que se me ha dado. Lo tengo decidido.

—Pero ya no eres noble ni hidalgo. Ahora eres curtidor —rabió la mujer, persiguiéndole por la casa férreamente—. Transformas pellejos de vaca en babuchas para los garrulos de Merzouga. Los curtidores no viajan por el mundo en busca de caballos carnívoros.

—Pues tendré que aprender a hacerlo —replicó en tono tajante. Y alzó la vista, contemplativo—. Es mi oportunidad de poder volver a montar un corcel, de vestir de franela y seda, de conocer los más extraordinarios avances de la ciencia. De volver a ver el mar...

La mujer se estremeció hasta los tuétanos.

—Cuidado con lo que dices, Andrak. La In...

—La Inquisición ya me hizo pagar en su día, sentenciándome por la doctrina de una patria en la que yo no elegí nacer —gruñó—. Si quiere juzgarme de nuevo tendrá que buscarse mejores perros de caza, porque este absurdo olor continental me está sofocando y no pienso quedarme en esta casa a terminar de morir.

Se fue a la habitación de mal humor, buscando su casaca larga de cuero.

La casa apestaba tanto a orines y a heces que el espeso olor se había pegado a los muebles. Mud jadeó por el pasillo con la mano apoyada en la prominente barriga, asustada por la determinación de su marido.

—¿Y qué pasa con el crío?

Andrak se detuvo en la puerta y se giró para mirar a Mud a los ojos.

—Vamos... —rio—. Ambos sabemos que será mejor para el pequeño Andrej que yo no sea su padre. Me gastaré el dinero en bebida y volveré a casa borracho hasta que un día se me escape la mano y le haga saltar algún diente, me acostaré cada viernes con Yasmin por un par de monedas y aun así intentaré metértela por la noche aunque te pegue algún bicho. Seré un mal padre, Mud, igual que soy un mal esposo. Llevo quince años caminando confundido por la vida, y esa es la condena que me ha tocado vivir desde que me obligaron a retirarme de mi cargo. Y vivir con un condenado equivale a vivir condenada también. Créeme que ambos queremos que me vaya de aquí.

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