Capítulo 33. Génova

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Buscador de la Tierra

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Buscador de la Tierra

—Sadira.

Continuaron andando por las concurridas calles de Génova, separados por un terrible metro de distancia.

—¿No me vas a hablar en todo el viaje?

—No te lo mereces —bufó la arriera, apretando el paso y evitando mirarle—. Me voy a quedar callaíta mientras te hago la comida, te acompaño a los bailes y te remiendo los calzones, hasta que te arranques los pelos del tormento.

—No inventes chingaderas; yo jamás te pedí que finjas ser mi mujer —protestó el Buscador, con cierta intención de picarla.

Sadira se giró de golpe hacia él.

—Por supuesto que no, y te diré por qué —le señaló con el dedo índice—. Has salío de casa con un palo en el culo y todavía lo tienes clavado en las entrañas. Eres una margarita, Tonatiuh, pero a las margaritas las pisa todo el mundo. —Le miró a los ojos con fiereza—. Ni siquiera has necesitado una esposa fuerte que te haya arruinado la vida, sino que ha bastado con una triste para hacerlo. La llevas en la cabeza y la llevas en ese corazón amargao que tienes. Te has alejao de casa, pero no te has alejao de ella, ni aun evitando escribirla en tres meses. Cuánto más piensas alargar el viaje para no tener que enfrentarte a Cher, ¿eh? Todos los hipocornios y las sectas que te echen son pocas, pero te diré que más te vale resolver tu mierda pendiente, o los demás Buscadores te van a comer vivo. Parece mentira sea una mujer la que tenga que enseñarte a ser un hombre.

Un tortazo se estrelló contra la cara de Sadira sin previo aviso, haciéndola girar la cabeza de golpe. Tonatiuh tenía el ceño arrugado de cólera, pero acto seguido, se llevó las manos a la boca.

Ella lo observó asombrada, y luego soltó una carcajada.

—Vaya... Pero qué tenemos aquí —se limpió la sangre del labio en actitud burlesca—, un hombre con carácter.

—Perdóname, Sadira —comenzó a decir, asustado—. No sé qué me pasó. Yo jamás...

Apenas vio venir el derechazo de la arriera, que se estrelló contra su rostro con más fuerza de la que él había empleado en el anterior golpe. Tonatiuh reculó gruñendo de dolor, agarrándose el puente de la nariz. Sadira agitó la mano en el aire; se le habían puesto los nudillos rojos.

—Estamos en paz.

—¡Nadie me golpeó nunca en la cara! —se quejó con voz chillona.

—Eso te ha faltao a ti —resopló Sadira—, que alguien te enderece a base de hostias.

El Buscador expresó la sombra del rencor con todas sus fuerzas, algo que pocas veces había experimentado en su vida.

—No puedes hablarme así. ¿Me oíste, pendeja? ¿Quién te creíste que eres para hablarme así? —dio un paso hacia ella, intentando hacerse grande y aumentar sus límites por encima de la piel—. A mi padre lo conoce todo bato. Basta una orden mía para que el Señor de la Tierra avente a la pinche legión veracruzana a hacer una visita a esos gitanos que tienes por familia.

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