Capítulo 14. La Dragona

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Buscador de la Tierra

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Buscador de la Tierra

El individuo abandonó el timón a sus espaldas y caminó sobre las tablas de madera, haciendo resonar los tacones de sus botas de cuero.

Tenía las cejas negras y largas, cuya contundencia le confería un aspecto de dureza que contrastaba con sus preciosos ojos azul claro. Su elegancia y agresividad recordaban a la expresión intimidante de un halcón. Su pelo, corto como el de un hombre, estaba escondido bajo un sombrero de tres picos adornado con plumón amarillo.

La casaca ribeteada en dorado ondeaba con el viento. Apoyó las manos sobre la barandilla y miró a los reunidos en cubierta desde las alturas.

—Bienvenidos, mis invitados. Soy la capitana, Nina Küdell, y se encuentran viajando a bordo de La Dragona. Les informo de que acabamos de dejar atrás oficialmente el Señorío de la Tierra y que nos depara un trayecto de tres semanas hasta alcanzar el puerto de destino, así que espero que se vayan acostumbrando ustedes al vino y la compañía.

—¿"Ustedes"? —Tonatiuh alzó la ceja de extrañeza.

—Es el tratamiento de respeto que usamos en el Señorío del Mar. Consideramos que "vuestra merced" queda algo... anticuado.

—No lo oí nunca.

Nina bajó por la escalerita de madera con los andares de un tigre.

—Oirá y verá muchas cosas nuevas junto a mi gente, sembrador. —Y señaló la escotilla que había en cubierta, donde se había improvisado una rampa hacia el estómago del barco con una tabla de madera—. Hemos situado a su montura en la primera andana y la hemos provisto de cama y avena. Rece por que los tiempos sean clementes o sufrirá mucho más que cruzando La Costura a pie.

Luego cogió la lámpara de aceite que tenía a sus pies y la dejó suspendida frente a su rostro, observando la jade revolotear.

—Por cierto, le guardaré esto durante el viaje —añadió—. Me vendrá bien en el camarote.

—¿Y mi carro? —espetó Sadira de mal humor—. ¿Dónde está mi carro?

—Hemos bajado a sus caballos junto al de sir Tonatiuh. Su carro no cabe por la escotilla, así que lo hemos vaciado y lo hemos atado junto al bote salvavidas.

Señaló el carro rojo pegado a la borda, atado a la barquita de madera para evitar que rodara para delante y para atrás con el bamboleo. Las campanitas que colgaban del techo tintineaban cada vez que una ola rompía fuerte.

—Está bueno —lo aprobó el Buscador—. Así los caballos podrán descansar del viaje y se harán compañía unos a otros.

—Un día de estos voy a bajar y le voy a rebanar el pescuezo, al puto Piruétano —bufó la arriera.

—Veo que se llevan bien —sonrió la capitana—. Es un alivio saberlo, porque van a compartir camarote.

—¡¿Qué?!

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