Capítulo 20. Estocolmo

342 27 167
                                    

Señorío del Aire

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Señorío del Aire

Octubre sucumbía.

El sol de otoño se había vuelto un animal desvalido que teñía las montañas de naranja por las mañanas y de sombra gris por las tardes. La roca, cobriza en unos lados y oscura en otros por el efecto de los volcanes del pasado, se cubría de vegetación en las zonas bajas y ocultaba millones de manantiales de agua gélida que provenían del deshielo.

El Señorío del Aire se situaba al norte del mapa. Era habitual que una nación no se dedicara solamente a una actividad. Tenía que tener más de una fuente de ingresos, por si el precio de la fuente principal se devaluaba. El Señorío del Aire había encontrado la medicina y la cría de pelempir para jugar en la economía mundial.

El condado de Skamania lo abarcaba todo, distribuyendo pueblecitos y villas por toda la cordillera y llenándola de pajareras encaramadas a los riscos, donde los pelempires entraban y salían con total libertad. Los criadores del Aire habían masificado estas aves mensajeras hasta tal punto que, en ocasiones, las bandadas de pelempires opacaban el sol y proyectaban una sombra porosa sobre las ciudades que estaban a los pies de la cordillera.

A nivel del mar, la ciudad de Estocolmo se apoderaba de la costa para recibir a los barcos que llegaban del otro continente. También llegaban los vientos fríos del norte que venían de estremecer a los habitantes de Moscú y San Petesburgo, y corrían por las calles estrechas haciendo silbar los cimborrios altísimos de las catedrales y ondear las banderas del Aire. El mar se introducía en la ciudad en forma de enormes golfos, bahías y muelles, chocando contra los gigantescos puentes de piedra gris que cruzaban de un lado de la ciudad a otro.

Los tejados renacentistas eran todos negros, como un montón de ascuas de carbón lanzadas al suelo desordenadas. Los edificios rectangulares estaban construidos con enormes ladrillos pulidos, de piedra blanca, pero estaban todos viejísimos porque en aquel Señorío lleno de enfermos, médicos ocupados y criadores de pájaros, no quedaban demasiados ciudadanos en buena forma para renovar la arquitectura de la ciudad. Eso le daba a Estocolmo un aire histórico y venerable.

En la esquina de la Plaza de Gamla, sobre una tarima de madera, un pregonero situado junto a una pila de periódicos agitó la campanita de bronce y se dispuso a informar a voz en grito de las últimas noticias:

—¡Mis buenos oyentes del Aire! Ruego su atención para el día de hoy, veintiséis de octubre, crónica informativa en favor del honorable Señorío del Aire. Comenzamos —carraspeó. Los transeúntes se detuvieron a su alrededor con vago interés—. El número de plazas que el gobierno va a ofertar este mes para ejercer el oficio de médico en tierra hostil es: sesenta y siete. Destinos: Gran Hospital de Praga, Señorío de la Sangre; Nueva Escuela de Rotterdam, Señorío del Mar; Hospital de la Caridad de Jerusalén, Señorío de la Sal; Centro Hospicial de Bagdad, Señorío del Metal. Eso es todo. —Agitó su campanita—. Continuaremos ahora con el precio de la mensajería por pelempir, tarifa universal aplicada al resto de Señoríos: alquiler para particulares, cincuenta carpines por mensaje y kilómetro; alquiler para bancos e instituciones, treinta carpines por mensaje y kilómetro; venta de pelempir macho o hembra, de gama regular, tasa de cien carpes sobre el montante total definido por el vendedor. Eso es todo.

Relatos del barroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora