PRÓLOGO

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Qué nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan emocionante como ese, su cumpleaños número doce.

No podía dejar sus piernas quietas, y se mordía el labio nerviosa.

Sí, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía imaginar perfectamente cuál era su regalo.

Respiró profundamente y entro al lugar. Aquel olor familiar a caballo y paja entró por su nariz. Lo respiró más aun... quizás fuera la última vez que lo haría.

Entró del todo y miró a su alrededor, para luego volver a mirar al frente. Su regalo estaba ahí. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, y sin poder evitarlo fue rápidamente hacia él.

Siempre quiso un caballo blanco, y al fin lo tenía. Mordió sus labios, de nuevo, y comenzó a disminuir el paso. Un nuevo sentimiento acaparó toda su emoción. Miedo. Tenía miedo. Era lindo, pero era muy grande para ella, y no sabía cómo iba a reaccionar.

- No tengas miedo.- Escuchó como alguien le hablaba.

Giró para encontrarse con ella. Le dedicó una tímida sonrisa y sus mejillas se enrojecieron. Siempre se enrojecían cuando ella estaba cerca. Sentía aquel cosquilleo lindo en el estómago y sentía aquellas molestas ganas de cogerla de la mano y no soltarla nunca.

- ¿Qué haces aquí?- Le preguntó y se armo de valor para mirarla.

Su amiga, María, siempre le decía que alguien se da cuenta de que gusta cuando una persona no se atreve a mirar a los ojos. Tenía que mirarla sí o sí.

- Te estaba buscando, mañana te vas a la capital y no sé cuándo te volveré a ver.- Le respondió.

Ana sintió que las cosquillas se hacían más seguidas y algo parecido a la angustia se coló en sus emociones. Sabía que no iba a volver por mucho tiempo. Su padre había decidido enviarla a estudiar a Madrid. La iba a extrañar tanto.

- No pienses eso, volveré.

- Mi madre dice que Madrid queda muy lejos. Tomé prestado un mapa del señor Manu para cerciorarme. Y sí, queda muy lejos. ¿Y si te pasa algo? ¿y si me necesitas?- Preguntó ella con impaciencia.

- Habrá mucha gente para cuidarme, Mimita.- Dijo divertida.

Ella no pudo evitar sonreír. Un día jugando Ana le había llamado de esa manera y desde entonces siempre se refería a ella de esa forma.

- Sé que habrá mucha gente cuidándote.- Continuó. Se rascó la nariz y luego el mentón. Estaba nerviosa.- Pero son gente desconocida.

- Mi amiga María está allí.- Comentó.

- Esa niña exasperante...- Murmuró. Ana rió por lo bajo.

- Me gusta que utilices las palabras que te enseño.- Le dijo.

- Odio esas palabras que me enseñaste.- En la escuela se ríen de mí por tu culpa...

- No conozco a tus compañeros de escuela. Nunca los has traído a la escuela o me has hablado de ellos. ¿Por qué?- Ella caminó inconscientemente hacia un costado, acercándose al caballo.

- Porque son todos unos idiotas, los niños y las niñas.

- ¡Eso es una palabrota!- La retó ella divertida.

Ana agarró la punta de su vestido, apretándolo y arrugándolo en la palma de su mano. Las cosquillas de su estómago aún no se iban.

Olvídame// WarmiWhere stories live. Discover now