CAPÍTULO 18

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Mimi se puso rápidamente de pie y de un tirón levantó a Ana a su lado, la acercó a ella lo más que pudo. Había alguien allí, y estaba dispuesta a enfrentarse a quien fuera con tal de que Ana no fuera lastimada.

Ana se aferró a ella como si su vida dependiera de eso. Otro trueno sonó, ella ahogó un grito.

—Tengo mucho miedo, Mimi —murmuró con un hilo de voz.

—Tranquila, banana, no voy a permitir que nada te pase —le aseguró Mimi.

Le tomó una mano y entrelazó sus dedos. Buscó algo para protegerlas a ambas, y en sus pies encontró un largo palo de madera. Iba a atacar con eso si era necesario.

—¿Pero qué demonios pasa aquí? —dijo una vieja y rasposa voz.

Y de repente una luz se prendió sobre sus cabezas. Ambas entrecerraron un poco los ojos y luego miraron al frente.

Ana por poco se desmaya de todos los nervios que su corazón estaba sufriendo. Pero comenzó a calmarse al ver que no era un monstruo, ni nada por el estilo lo que estaba ahí. Solo era un viejo y arrugado hombre que las apuntaba con una vieja escopeta. Vestía un anticuado chubasquero color patito, tenía botas y sombrero de lluvia.

Mimi lo miró bien, entonces su boca se abrió del asombro. ¿Podría ser él? ¿Era aquello posible?

—¿Señor Iglesias ? —inquirió. El anciano bajó la escopeta y las miró bien.

—Si, ese soy yo —dijo y se quitó el sombrero de lluvia —¿Quiénes son ustedes y qué hacen en mis tierras?

—Soy Mimi Doblas, señor, de la estancia de los Guerra —le contó —Y ella es Ana Guerra, hija del dueño.

Las miró consecutivamente, reparó en que ambas estaban algo desnudas. Entonces sonrió mostrando unos amarillentos y astillados dientes.

—¿Qué hacen aquí y con esta lluvia, hijas? —quiso saber y arqueó una ceja — ¿Acaso iban a usar mi establo como lugar de encuentro prohibido?

Las mejillas de Ana no tardaron en mostrar su vergüenza y se ocultó mejor detrás de la espalda de Mimi.

—No, no señor Iglesias—dijo Ana algo nerviosa —Solo nos perdimos en la tormenta y nuestro caballo huyó. No pudimos volver.

Él las miró con algo de desconfianza.

—Bien —suspiró —Voy a creerlas —caminó hacia la salida cojeando —Veo que han encontrado un poco de mis cosas secas. Pero voy a traerlas ropa y algo para comer. Será mejor que se queden aquí a pasar la noche, esta tormenta planea quedarse hasta que amanezca.

Siguió caminando. Mimi solo lo miraba. Pero quería saber un poco de él. Todo el mundo creía que ese hombre estaba muerto. Y no lo estaba.

—Señor Iglesias—lo llamó él. El anciano se detuvo y se giró a verla —Todo el mundo cree que usted está muerto, ¿Por qué no ha salido a desmentir aquello?

El hombre se encogió de hombros, y Ana vio la tristeza en sus grisáceos ojos. Según lo que ella sabía, o mejor dicho lo que su padre le había contado cuando era una niña, era que hace muchos años hubo un gran incendio en la casa de los Iglesias, en la que murió toda la familia, menos el hombre que estaba parado frente a ellas. Supuestamente Joe Iglesias había quedado completamente loco después de aquello, ya que no había podido salvar a su esposa e hijos. Entonces un día desapareció y nadie supo más de él. Se decía que se había suicidado y que su alma vagaba por aquellas tierras lamentando la perdida de sus seres queridos.

Olvídame// WarmiWhere stories live. Discover now