CAPÍTULO 1

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10 años después.

¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella cadenita?¿Cómo? Mimi no era descuidada, jamás lo había sido, y ahora no la encontraba por ninguna parte. No quería perder aquel recuerdo de los mejores años de su vida. Siendo una niña había sido muy feliz. Ahora también, pero desgraciadamente nunca iba a ser igual.

Se maldijo a sí misma. ¿Dónde podría haberla dejado? Ya había buscado en todos lados: la caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la cocina, la casa grande, etc.

Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado en casa de Paula. Aunque a decir verdad hacía como una semana que no iba a ver a su novia y la cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro y se sentó con cuidado en una de las sillas de la cocina.

- ¿Buscabas esto?

Al instante levantó la vista y se puso de pie. Casi corrió hacia donde estaba su madre con la mano levantada mostrándola lo que había estado buscando desde hacía tantas horas.

- ¿Dónde estaba?- Quiso saber mientras se la quitaba de la mano.

- La dejaste tirada cerca del horno anoche, después de arreglarlo.

- No la dejé tirada, seguramente se me cayó...

Se la volvió a poner y se sintió aliviada. Sus bonitos recuerdos estaban de nuevo con ella.

Mimi Doblas era una mujer de campo. Había nacido allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Ella no se consideraba una persona mala, y estaba muy orgullosa de lo que había logrado todos esos años en los campos de los Guerra. Siendo muy joven (con apenas 15 años) su jefe la había nombrado encargada del lugar, cuando había decidido irse a vivir a la ciudad. Desde entonces, Mimi había llevado adelante los asuntos de aquella conocida estancia, pero a pesar de dejarla toda la responsabilidad, Antonio Guerra iba a verlos todos los años en las vacaciones de verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego volvía a su agitada vida de negocios. Mimi siempre se preguntaba cómo era que ese hombre no se había vuelto loco viviendo en la ciudad siendo que él también había nacido y crecido en aquel campo. Pero lo sabía, Antonio era un gran hombre que se adaptaba a cualquier situación de cambio. Lo admiraba y lo quería como a un padre, por eso mismo, cada vez que el jefe llegaba todo el mundo estaba como loco arreglando y preparando todo.

- Es como la decimoquinta vez que pierdes ese colgante, Mimi.- La regañó su madre un poco. Besó su frente y se acercó a las hornillas para revisar la comida que estaba preparando. La cena siempre comenzaba a prepararse antes del atardecer.

- No es a propósito.- Aseguró ella.- Al parecer no le gusta estar en mi cuello.

Inma sonrió y la miró de manera tierna.

- ¿Ya está todo listo? Mira que hoy llega el señor Guerra.

- Sí, todo listo.

- Más te vale, Mimi...

- Mamá, sabes bien que me gusta que el jefe venga a encontrar todo en orden y en perfecto estado.

- Sí, lo sé. Pero sólo te pregunto para que estés completamente segura. No quiero que nada salga mal, Antonio...- Sacudió la cabeza.- Digo, el señor Guerra se merece lo mejor.

Mimi puso los ojos en blanco. Si había alguien que se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel lugar, esa era su madre. Todos los peones huían de ella despavoridos. Se ponía insoportable, histérica y sobre todo intratable. Mimi creía saber la razón de sus nervios, aunque ella jamás llegara a admitirlo, sabía que su madre sentía algo especial por ese hombre, y cuando volvía al campo, ella parecía perder los estribos. Los únicos que podían con ella en días así eran Roi y ella.

Olvídame// WarmiWhere stories live. Discover now