CAPÍTULO 16

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Ana se acercó un poco más al pecho de Mimi, ya que de repente un frío viento se había levantado. En menos de dos minutos todo el cielo se cubrió de las negras nubes que Ana había estado contemplando unos cuantos minutos antes.

Mimi percibió el movimiento de ella y miró hacia el cielo. Alzó ambas cejas. Esas nubes solo podían significar que en cualquier momento comenzaría a llover. Se acercó un poco más a ella, para brindarle seguridad. Su corazón latía muy fuerte, por varias razones: tenerla así de cerca, sentir su perfume y el miedo/rabia que la había invadido cuando aquel maldito infeliz la había tocado. Jamás había sentido tanto odio hacia alguien. Si no fuera porque ella la detuvo, estaba seguro de que Miguel Ángel Muñoz no hubiese quedado de pie.

Y de repente un rayo pareció partir la tierra.

Ana ahogó un grito mientras que el caballo se paraba, asustado, sobre sus patas traseras. Mimi tomó con más firmezas las riendas y trató de calmarlo. Pero otro trueno llegó, el caballo comenzó a correr sin dirección, mientras que la densa lluvia se hacía presente.

—¿Qué está pasando, Mimi? —preguntó asustada.

—Solo está asustado —dijo ella —Y no obedece a mis órdenes de detenerse.

—Yo también tengo miedo —murmuró como si de una niña se tratara.

—Tranquila, banana, no estás sola.

Mimi divisó que el caballo se dirigía hacia las afueras de las estancias, más hacia la nada que hacia el pueblo. Trató de detenerlo de nuevo, pero no tuvo éxito. Y la lluvia comenzó a ser torrencial, apenas se podía ver el camino. Entonces la rubia supo que tendrían que saltar.

—Ana, tenemos que saltar.

Ella se incorporó un poco y la miró aterrada.

—Debes estar bromeando —dijo. Ella negó levemente.

—No puedo detener al caballo.

Entonces Ana le quitó las riendas y comenzó a tirar de ellas con fuerza. Mimi la miró divertida.

—¿Cómo se llama el animal? —preguntó nerviosa.

—¡Pegaso! —Contestó. Ella volvió a tirar de las sogas.

—¡Para, Pegaso, para ya! —dijo elevando la voz lo más que pudo.

Y como si el caballo hubiese sido hechizado se detuvo. Mimi estaba realmente asombrada. Ana se alejó un poco de ella y se bajó de un salto. Estaba completamente empapada y el agua seguía cayendo como si de una catarata se tratara.

Otro rayo hizo temblar todo. Ana gritó y entonces el caballo comenzó a correr de nuevo con Mimi a cuestas.

—¡Mimi! —exclamó ella y comenzó a correr detrás del caballo.

Su corazón dio un vuelco al ver que ella saltaba del caballo. Pegaso siguió corriendo y ella lo perdió de vista bajo la lluvia. Corrió hasta llegar a Mimi que estaba tumbada boca arriba sobre la tierra lodosa. Se arrodilló junto a ella y se desesperó al verla con los ojos cerrados. Tal vez se había golpeado la cabeza o algo por el estilo.

—Mimita, Mimita , MIMI —repitió su nombre nerviosa y tomó su rostro con ambas manos. Lo acarició, tratando de secar su piel. Y entonces su ojos se llenaron de lágrimas —Por favor, Mimi, abre los ojos, sabes que le tengo miedo a las tormentas.

La rubia ni se movió. Tampoco hizo algún movimiento de abrir los ojos. Ana se mordió los labios para ahogar su sollozo. Y volvió a acariciar sus mejillas. ¿Qué iba a hacer ella sola con Mimi desmayada? Por dios, la necesitaba despierta. Necesitaba que la abrazara y le dijera que la tormenta ya se iba a ir, que sola era una estúpida lluviecita.

Olvídame// WarmiWhere stories live. Discover now