Nada Que Perder

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Lo quería hacer más largo, pero creo que hay partes que deberían quedar para el próximo capítulo. 

Además, tuve que cambiar un pequeño detalle en el primer capítulo; ¿quién me sabe decir cuál? 

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Apenas bajé del auto corrí adentro, apenas sentía las piernas, pero ya necesitaba ver a las niñas. Tom se rio de mí cuando abrí la puerta, ni siquiera había apagado el motor y yo ya iba a medio camino hacia la puerta.

- ¡Más rápido, Anna! ¡Cuando llegues ya se habrán graduado de la secundaria!

Escuché el tono siempre alegre y bromista de Tom detrás de mí cuando abrí la puerta y me encontré a la habilidosa niñera.

Ese mismo fin de semana volaríamos a Nueva York para una conferencia de prensa en la que estarían Tom y Listing, había hablado poco con Emilie y resultaba que a ella tampoco le caía muy en gracia todo aquello.

Confirmé que su marido tenía toda la razón, Emilie estaba rara; me contestaba, sí, pero apenas. De ser la mujer parlanchina que había conocido un par de años antes, ahora se comportaba de una manera un poco fría. Sus respuestas eran cortantes y me contaba poco de lo que pensaba, planeaba o quería. No era algo usual de ella en absoluto.

En ese momento solo podía pensar en las dos niñas que tenían que estar durmiendo una de sus incontables siestas.

La niñera, una mujer ya adulta con cabello negro y ojos color chocolate me sonrió al verme.

- Señora Kaulitz, ¿cómo le fue? – A veces me desagradaba la cordialidad, en especial cuando estaba tratando con una persona que le cambiaba los pañales a mis hijas cuando yo no estaba...

- Bien, no siento las piernas, pero eso debe de ser bueno. – Razoné con una pequeña sonrisa en los labios. – Ya te dije, Mel, háblame de tú, por favor.

La tez blanca de Melanie la niñera se vio manchada en la parte de las mejillas y la nariz con una tonalidad rosada que rayaba en lo rojizo. Asintió con una sonrisa avergonzaba.

- ¿Y las niñas? – pregunté por preocupación y como excusa para distraer a la pobre Mel del embarazoso momento.

- Arriba. Duermen como... bueno... como lo que son. – Sonrió con alegría.

Seguida por la mujer de corto cabello negro fui arriba a ver a las dos pequeñas. Era cierto, dormían cada una en su cuna, como era usual: una extendida por toda la cuna, olvidándose completamente de la manta rosa pastel que tenía sobre un pie; y la otra, hecha un ovillo con la mantita anaranjada pegada al rostro.

Mi Danny y mi Hannah.

- Vaya, quisiera dormir así también. – Le comenté en un susurro a Mel.

- Te lo mereces. – Me dijo, al voltearme hacia ella me di cuenta de que admiraba el cabello mojado por el sudor que me colgaba de la coleta.

Resoplé para no reírme y toqué el brazo de Mel como para decirle que era hora de que las dos saliéramos de la habitación. Ya afuera me aclaré la garganta y hablé en tono normal.

- Siempre me gustaron los deportes... no quiero que pienses que esto es por vanidad y descuido de las niñas. – Le comenté.

Cuando Tom había mencionado que lo mejor que podíamos hacer era dejar que alguien cuidara de las niñas por las mañanas mientras nosotros íbamos al gimnasio, me había querido tirar por la ventana. No hice una pataleta por no darles mal ejemplo desde pequeñas a mis hijas, pero no me había agradado nada la idea.

Memorias (Tom Kaulitz Fanfiction)Where stories live. Discover now