8. El subconsciente

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—Es mi día libre, es domingo, recuérdame qué mierda hago aquí —dijo Byron malhumorado.

—Nuestro querido William nos pidió terminar el sucio papeleo, así que deja de quejarte y trae tu trasero a la sala. Lo único que has hecho desde que llegaste es invadir mi cama y leer —lo regañó Jeremy, quien ya se encontraba absorto en el trabajo, rodeado de papeles y con la mesa de centro rebosante de carpetas.

Tenían que terminar de revisar los documentos que les había encargado el director y entregarlo a la coordinación académica la siguiente semana, pero ninguno de los dos tendría tiempo si lo dejaban para último momento.

Pero en lugar de trabajar tan arduamente como se le había pedido, Byron se dedicó a terminar de leer un título de su larga lista de libros, se encargó del correo electrónico e inclusive llegó a responder la mayoría. Cualquier cosa menos el papeleo.

—William necesita más lacayos, así no tendría que encargarnos esa basura. Tengo cosas más importantes que hacer —respondió el de cabello azabache dejando su libro a un lado.

—Tú nunca tienes nada mejor que hacer. Y te recuerdo que esta basura paga tus caprichos, tu sueldo y todo lo que deberías comer —Jeremy señaló de mala gana la barra de la cocina con frutas.

—No tengo hambre.

Byron se incorporó hasta quedar sentado, pero al parecer su cuerpo no estaba dispuesto a separarse de la comodidad de la cama, así que cedió a la tentación de mantenerse recostado unos segundos después.

Lo cierto era que sus responsabilidades eran nulas en comparación a las de un profesor de universidad promedio. Por ejemplo, su prioridad ese día era escribir el resto del manuscrito que tenía que entregar en tres meses, pero no le apetecía recorrer medio campus de regreso a su departamento para quebrarse la cabeza. En cambio, Jeremy no podía darse el lujo de retrasar su trabajo, y terminaba encargándose del papeleo de ambos; aunque el viejo tenía la mala manía de revisar minuciosamente los reportes de Byron, así que éste se pasaba algunos días en el dormitorio del rubio para hacerlos.

El lugar tenía el mismo diseño que el suyo, pero la diferencia entre los departamentos era abismal, todo en la habitación de Jeremy era colorido y alegre. Incluso había comida y bocadillos, era el único que utilizaba la cocina, aunque tampoco cocinaba.

A diferencia de Byron que duramente conservaba algo de café.

Volteó a ver a ricitos de reojo, él disfrutaba su tercera taza de café esa mañana, probablemente para compensar las bolsas bajo sus ojos y el cansancio reflejado en su rostro. Era un estado preocupante, él jamás era desaliñado. Si algo le importaba a Jeremy, era el aspecto físico, siempre debía ser impecable. Pero llevaba los rizos recogidos en una pequeña coleta desordenada, algunos caían a los costados de su rostro y probablemente estorbaban. Sin embargo, no parecía importarle.

Decidido a interrogarlo, el de cabello azabache se acercó a la pequeña sala y se sentó en el sofá más largo, justo frente a Jeremy, tomando algunos formularios casualmente.

—¿Y bien? ¿Cuándo decidiste volverte una prostituta a tiempo completo? —inquirió sin despegar la vista de sus hojas.

Jeremy casi escupe todo el café.

—¿¡Podrías no decir esas cosas de forma tan despreocupada!? —alzó la voz mientras tosía un poco—. Algún día me ahogaré por tu culpa... ¿¡Y por qué me dices eso!?

—No estoy acostumbrado a ver a ricitos en su versión recién salida de un bar. Llevas días sin dormir, puedo notarlo —señaló Byron mirándolo a los ojos.

—He estado muy ocupado con mi vida y la disfruto, gracias —concluyó mirando de nuevo a sus papeles.

—Te creería si no tuvieses ese humor de mierda. Eso siempre es un indicador de cuánto sexo has tenido en la semana, y por lo que veo, no ha sido mucho.

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora