23. Imprudencia

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Byron se cruzó de brazos y tamborileó los dedos mientras esperaba a que el elevador llegase al último piso. Era una húmeda tarde de domingo en la que probablemente llovería hasta el anochecer, pero así eran los inicios de la primavera.

Sumado al extraño humor que tenía hoy, no sabía lo que podía esperar de este día.

Toda la mañana del día anterior estuvo con Ethan y la conversación que tuvieron no era la que hubiese querido sacar a la luz. Lo dejó pensando en muchas cosas, se había dado cuenta de que no estaba seguro de otras y confirmó que el cariño que sentía hacia Ethan solamente aumentaba. También descubrió algo interesante: Detestaba verlo llorar.

Llegó un punto en el que Byron creyó que su límite sería rebasado y terminaría contándole todo al chico, pues lo único que pensaba era que si no estaban más cerca uno del otro era por su culpa. Tampoco podía condenar a Ethan, debía ser frustrante no saber nada sobre la persona que amas. Él mismo sabía que deseaba saberlo todo del chico, podía imaginarse lo que era estar en sus zapatos y al mismo tiempo detestarse a sí mismo.

Reprimió un agotado suspiro cuando el elevador por fin se detuvo y le abrió las puertas a un solitario pasillo con una puerta en el centro. Estaba algo ansioso e impaciente, por lo que antes de tocar, intentó abrirla y afortunadamente ésta cedió al instante.

—Jeremy, ¿cuántas veces te he dicho que cierres la puerta con llave? —lo reprendió el de cabello azabache a mitad del umbral.

—¡Pero si el único idiota que podría entrar por su cuenta eres tú! —escuchó decir al rubio desde algún lugar de la cocina.

Byron se rió con algo de alivio al escuchar a Jeremy con el humor habitual, cerró la puerta a sus espaldas y se dirigió a su encuentro arrugando inconscientemente la nariz.

—¿De nuevo experimentando con la comida?

—No estoy experimentando, Gabrielle me dijo que podía intentar hacer pasta porque el microondas no le hacía justicia a su comida —explicó antes de gruñir—. Pero olvídalo, no sé qué hice, solo sé que se quemó.

El de cabello azabache sonrió al verlo desde la barra que los dividía, apoyando los brazos en ésta. Jeremy estaba radiante, con el cabello delicadamente amarrado en una pequeña coleta y el rostro tan pulcro y sonriente como siempre, su piel tenía un suave color rosa que Byron había extrañado. Tenía tantas ganas de preguntarle cómo había estado... pero no quería arruinarlo.

—No tienes que aprender, al final siempre terminarás regresando tras Gabrielle —le recordó y miró hacia la estufa con una pequeña cacerola que inclusive se veía quemada por fuera—. Mejor aléjate de la cocina... ni siquiera sé por qué te permitieron mantener una estufa.

—¿Recuerdas que siempre dijimos que uno de los dos tenía que aprender a cocinar? —recordó el rubio mientras reía— "El día que Gabrielle no esté..."

—"...nos moriremos de hambre" —completó Byron asintiendo—. Lo recuerdo, aún no sé cómo nos las arreglamos cuando tuvo sus vacaciones.

—Nunca había estado tan agradecido con William —dijo Jeremy—. Si no fuera por él, no sabríamos de la existencia de la sopa instantánea.

—Estábamos demasiado mimados como para saber que existía algo como eso...

—¡No hables en plural! Fuiste el primero en quejarse sobre la extraña procedencia de esa sopa y lo raro que sabía, el mimado eras tú —lo acusó, señalándolo con una cuchara—. Aunque no había forma de que lo supieras, el principito nunca había salido de su castillo —se burló el rubio.

—¿Disculpa? Hasta donde sé, tú mismo aseguraste no haber salido de casa ni para pisar el jardín cuando eras niño —expuso Byron.

—Detalles, detalles —le restó importancia—. Por cierto, no sé qué hayas hecho, pero me alegro de que lo hicieras —comenzó a decir mientras parecía examinar el rostro de su amigo minuciosamente—. Te ves mucho mejor que la última vez que te vi, aún tienes esas malditas ojeras, pero son las permanentes, no las que dicen "podría estar muerto ahora".

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Where stories live. Discover now