Promesas de azar

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No era producto de su imaginación el frío que lo había embargado, escociendo su herida al colarse entre el vendaje que había comenzado a aflojarse. Intentó seguir el ritmo de sus pasos para distraerse, pero intentando contarlos, escuchó otro par mucho más grácil, recordando así que no estaba solo.

Respetando el silencio que se había formado entre ellos, intentó mirarlo. Su rostro serio agitaba las aguas en la mente de Ethan. Cuando Estefan pidió que lo acompañase, nunca cuestionó el lugar al que se dirigían, simplemente se dejó llevar.

El rubio abrió la puerta para él, otorgándole el privilegio de ser el primero en disfrutar de la calidez de esa oficina en la enfermería. El chico discretamente tomó la temperatura de sus mejillas, pero su piel no era fiable, no podía decir si había frío o estaba al borde de un colapso nervioso.

—¿Te duele? —rompió el silencio esa frívola voz—. El brazo.

Ethan no le respondió, y el hombre se alejó para buscar algo en las distintas estanterías cuando tomó asiento. Sus movimientos eran curiosos, no hacía gestos innecesarios y actuaba como si supiera exactamente dónde se encontraba cada objeto. Se había notado desde la cocina, como si este lugar fuera su hogar.

—Escuché que recibiste un par de puntadas —continuó—. ¿No te dijeron que debías mantenerlo flexionado? Enséñamelo.

La desconfianza era tan clara en su rostro que Estefan estuvo a punto de reírse.

—No voy a hacerte daño, no perderé contigo mi licencia médica.

—No estoy tan seguro de eso.

—Extiende tu brazo, Ethan —indicó nuevamente sin perder la calma.

A regañadientes obedeció, titubeando cuando el rubio comenzó a deshacerse del vendaje. No lo había notado hasta ahora, pero a cada vuelta una mancha roja se hacía más grande. Finalmente su rostro se contrajo con malestar cuando la herida se enfrentó al frío de la desnudez.

—Eres tan imprudente... —dijo negando reprobatoriamente con la cabeza—. ¿Acaso no te dieron indicaciones básicas de cuidado?

—No escuché nada de lo que el doctor me indicó... —admitió desviando la mirada—. Pero supongo que los analgésicos aún hacen afecto, no siento tanto dolor.

—Entonces te descuidaste por estar pensando en Magnus... —dedujo acertadamente y un suspiro de fastidio logró escaparse de sus labios— No me sorprende, ya era consciente de que serías incapaz de cuidarlo también a él.

La malicia de sus palabras contrastaba con la gentileza de sus movimientos, pero esa última frase logró sacar de quicio a Ethan, obligándolo a alzar la voz.

—¿Espera que mi prioridad sea una herida superficial cuando la vida de Magnus estaba en riesgo?

—¿Eres incapaz de hacerte cargo de las dos cosas? —inquirió alzando una ceja—. Si ninguno de los dos puede cuidar de sí mismo, lo único que nos espera aquí es una desgracia.

—¡Puedo cuidarme perfectamente! Pero esto no debería estar a discusión, no fui quien se llevó la peor parte. Solo podía pensar en estar a su lado.

—Como buenos amantes, hasta que la muerte los separe.

Tragar el nudo en su garganta fue doloroso, aquel comentario había sido un golpe a su paranoia y gracias a eso se volvió incapaz de devolverle la mirada. No sabía si sonreía o no, pero sabía que en parte era su culpa por soltar comentarios a la defensiva.

—¿Él...? ¿Él estará bien después de esto? —preguntó en voz baja—. ¿Solo tiene que descansar?

—Debería, pero la demanda no piensa darle tregua —explicó justo cuando el olor a desinfectante inundó la habitación—. Es por eso que te pedí que vinieras, el juicio será en dos horas.

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora