Vindica

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En la comodidad del silencio y un café matutino, el director William pronosticaba el día como pacífico. Amaneció sin juntas esporádicas, sin llamadas del rector, sin visitas en su agenda y con su taza favorita.

Pero en Haverville ningún día podía ser tan perfecto, hasta el trino de los pájaros era de mal augurio.

Mentiría si dijera que la llamada entrante en el viejo teléfono encriptado no lo sorprendió, pero es el tipo de desconcierto momentáneo que no vale la pena mencionar cuando se tiene un café en la mano. Con la edad pocas cosas podían asombrarlo —aunque despertar cada mañana sin la necesidad de un marcapasos era una de ellas—, pues sabía que con la experiencia todo podía arreglarse, y con el estatus se mantenía el control. Eran pequeñas reglas que regían su vida diaria y la hacían más llevadera en su encierro.

No ignoraba que ninguna de ellas sería útil para casos que involucraran a Magnus.

Estefan solo le había informado dos cosas, las necesarias para saber que el día aspiraba a convertirse en el segundo infierno. La primera, que necesitaba un abogado. La segunda, que no era para él.

William ya estaba demasiado viejo para estos escándalos, aunque no lo suficiente para tener un infarto por estas cosas.

Magnus. Siempre tenía que tropezar y caer, como si no hubiese aprendido nada en todos estos años.

El travieso sobrino que, a pesar de todo lo ocurrido tras la muerte de sus padres, mantenía la frente en alto desde que era un niño. Difícil de complacer, fácil de entender después de unos años a su lado, era muy parecido a Marcus en ese sentido. Solo dos cosas podían motivarlo a hacer algo, y ninguna de ellas era él mismo. Pero hasta Estefan lo había dicho:

"—Está en peligro, William. Necesitamos un verdadero milagro."

Pero él sabía que los milagros no existen.

Cerró los ojos y tomó aire con fuerza cuando el escándalo comenzó a invadir las afueras de su oficina, la señora Seller alzaba la voz para calmar a los asaltantes de su paz. Probablemente los miembros del rector.

Todos los miembros del rector.

Miró una última vez la pantalla de esa vieja laptop a la que Byron llamaba reliquia histórica. Juntó las manos e hizo bailar los dedos al tamborilear al borde de su taza. Aún olía a café.

Tomó el teléfono nuevamente, decidido a mover la mano una sola vez. Una última vez por él.

Que el destino le tenga misericordia.

Y mientras miraba de forma perdida la fotografía que había dado vuelta por todos los correos privados de la universidad, preguntándose si había hecho mal al permitir que Byron continuara cargando con ese pecado, la línea finalmente conectó.

—Habla Rogers. Es hora de pagar el favor que te hicimos.

[—BYRON—]

El ajetreo en la sala de juntas era escandaloso. No recordaba que la mesa fuera tan larga, o tal vez era solo una ilusión al haber más personas de las que acostumbraba. Alguien cerró las cortinas y las lámparas le resultaron más brillantes que la luz natural, provocándole un fastidio que se convertiría en dolor de cabeza muy pronto.

De ahí en fuera, estaba tranquilo.

Su detención había sido medianamente breve y discreta, sabían que no debían llamar la atención de nadie, aunque lo más probable es que los rumores estuviesen rebosantes entre el alumnado. No puso resistencia, ni se quejó sobre los cargos en su contra, simplemente se dejó llevar.

M. Byron [The Teacher] - ¡Disponible en físico!Where stories live. Discover now