1. EL COMIENZO

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Nueva versión

¿Que cómo llegué al Mortusermo? No, yo no lo hice, él llegó a mí, de forma injusta y traicionera, justo cuando menos lo esperaba. 

Para entonces yo no lo sabía, pero el maldito libro me había elegido para ser partícipe de una horrible maldición. Y es que tú no puedes elegir jugarlo. Mucho menos puedes elegir escapar de su poder cuando él ya te tiene predestinado.

Una noche simplemente desperté y no estaba en mi habitación, lo supe cuando me incorporé y me vi tendida en un suelo áspero en condiciones álgidas e insalubres, en un lugar en el que no recordaba haber estado nunca.

Con pequeños pestañeos recorrí cada área de ese extraño ámbito hasta que advertí que sus muros de piedra eran lo bastante imprecisos y accidentados para ser parte de una casa, y sólo tuve que escarbar un poco más en mis sesos para comprender que más que una casa habitación ese lugar era una cueva.

«¡Dios santo! ¿Qué hago y cómo demonios llegué aquí?».

Debo destacar que sentía una fuerte punzada en mi brazo izquierdo, como si un clavo al rojo vivo me hubiese pasado por mi cuero. Pero seguí inspeccionando.

La cueva no era muy espaciosa, pero me pareció mucho más grande que mi habitación. A escasos tres metros vi la embocadura de la cueva, y en el centro del lugar distinguí un grueso libro negro de pasta de cuero rodeado por al menos siete cirios rojos consumidos hasta la mitad, cuyas llamas iluminaban pobremente el lugar como para discernir perfectamente la estructura y composición del espacio que ocupaba, pero sí eran lo suficientemente relumbrantes para distinguir con claridad que ahí conmigo habían otras tres personas que también se acababan de despertar.

«¿Y ellos quiénes son?».

A juzgar por sus sorprendidas miradas, colmadas de incertidumbre, supuse que mis acompañantes también ignoraban la ubicación de donde nos hallábamos. Me incorporé, a fin de sentarme mejor y aclarar mis ideas, pero mi corazón comenzó a trepidar, respondiendo de esa forma a la perplejidad que sentía tras saberme fuera de mi casa en un sitio que desconocía con personas que no recordaba haber visto nunca; para colmo, sentía que mis pensamientos eran lo bastante inconexos para conseguir hilvanar teorías dignas de ser estudiadas que respondieran a estos perturbadores cuestionamientos.

Recogí mis piernas hacia mi cuerpo, me froté las manos para mitigar el intenso frío que me agolpaba, me sobé mi hombro izquierdo y después me alisé mi largo cabello. Me di cuenta de inmediato de que no sólo estaba descalza, sino que también estaba vestida con la misma ropa con la que recordaba haberme ido a la cama; un blusón blanco holgado de gasa y unos pantalones de lana color gris con estampados de gatitos.

«Madre mía, ¿qué hago aquí?», insistí de nuevo, cada vez más intrigada.

Confiaba demasiado en mi capacidad cognitiva como para aceptar ideas irrisorias de mi subconsciente que me referían la estúpida teoría de que había aparecido allí por medio de teletransportación.

«Eso es imposible, Sofía. Incluso es absurdo», me dije sintiéndome desorientada.

El carraspeo de uno de mis compañeros de cueva me alertó y me obligó a levantar la cabeza. Según pude distinguir, ahí había dos chicos y una chica. La chica de coleta rubia atada a su nuca parecía ser la única que tenía mi edad, diecisiete años. Los otros dos se me figuraron mayores que yo, aunque no creí que pasaran de los veinte. A fuerza de fijar mi vista con mayor precisión pude notar que la chica de coleta rubia exhibía unos redondos ojos color olivo henchidos de terror que hacían juego con su piel clara (más rosa que blanca) y que portaba una pijama sonrosada de dos piezas decorada con estrellas moradas. Se peinaba la coleta con los dedos, parpadeaba frecuentemente y apretaba los dientes como temiendo que la muerte entrase por algún resquicio de su boca.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now