3. EL BESO DEL ESPÍRITU

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Tuve la horrible sensación de que mi boca se estaba llenando de tierra muy caliente mientras caía a un profundo vacío: tierra que se engullía en mi garganta, de manera que comencé a ahogarme. Luego la tierra tapizó mis ojos y mis orejas, de modo que no pude ver ni oír nada salvo el clamor de mi desesperanza, que recitaba lamentos en silencio.

—¡Me ahogo! —quise decir, pero la voz solo se escuchaba en mi cabeza.

En ese momento todo se puso negro.

Cuando volvió la claridad, noté, con un calambre que me atravesó todo mi vientre, que ya no estaba en la cueva con Ric, Estrella y Rigo, sino al pie del umbral de una gran caverna de color disparejo entre oscura y rojiza. ¡A caso ese lugar era el infierno! La caverna parecía tener la boca de un hambriento dragón a punto de dar un bocado, y el denso ahumadero que brotaba desde adentro no hacía sino consolidar mi teoría. Al intentar respirar, un viento tóxico ingresó a mis pulmones haciéndome toser. Elevé la vista para observar el interior de la caverna pero un punzante dolor en mi cuello y espalda me devolvieron al suelo.

¿De verdad estaba en el expiatorio, el lugar donde habitan los muertos?

En mi segundo intento conseguí ponerme de pie, percatándome de que un puñado de escalofriantes hombres y mujeres sin ropa bailaban y giraban como dementes, cantando y saltando, en la entrada del umbral. Para mi mala suerte, mis chillidos de horror atrajeron la atención de la horda de monstruos que bailaban en la entrada de la caverna, cuyos repugnantes semblantes se fijaron en mí; sus gestos discordes e hinchados eran tan horribles que podría definirlos como monstruos nauseabundos.

Sus labios colgaban de sus bocas, en un tono negruzco y reseco semejante al de sus párpados. Sus pómulos, a su vez, permanecían hundidos y marchitos. Ahí comprendí que el ser humano nunca había estado tan lejos de describir la realidad en cuanto a un ser del inframundo se refiere. Verdaderamente eran criaturas siniestras y repugnantes. La imperfección de sus rostros y el hedor que despedían sus putrefactas fragancias no eran otra cosa sino un insulto del diablo para el Creador; en la degradación corporal y el envilecimiento de sus almas había adjunta una humillación para él, que originalmente los había formado a su imagen y semejanza. Entonces entendí que eso ambicionaba el enemigo, la imperfección de los humanos, esa vulnerabilidad e infamia que lleve a la destrucción de otros hombres: Satanás ya había ganado una batalla una vez cuando puso sus malignos pensamientos sobre Adán y Eva al principio de los tiempos, provocando que acaeciera sobre nosotros el pecado original, razón por la que la muerte surgió.

Ahora esperaba ganar una segunda batalla con la humanidad en estos tiempos modernos.

Pensando en ello sacudí mis vestiduras negras (sí, porque ya no llevaba puesta mi pijama), respiré profundamente y clavé mis ojos mortecinos sobre los monstruos que estaban dentro de la caverna. Aunque muriera de terror sabía que tenía que penetrar dentro, pasar por entre aquellos espectros y disponerme a efectuar la descabellada empresa que el Mortusermo me había encomendado: hacer que me besara un espíritu.

Contuve el aliento, hice nudillos mis manos y trastabillé hacia el frente. Los espectros rugieron cuando me planté a dos metros de distancia. Entre sus rugidos brotaron cuchicheos, y cuando volví a abrir mis párpados vislumbré que una nueva y espantosa figura feroz, deforme y brutal, se asomaba detrás de ellos. Era una criatura de talla descomunal, más alta que los espectros, y su piel, que era más acartonada, se distinguía de los otros por sus tonos fluctuantes entre gris y pardo. Entonces, con una tremebunda voz que parecía regurgitar, me preguntó:

—¿Quién eres y qué quieres?

Si acaso había reunido fuerzas para ese instante, todas estas expiraron enseguida. No se me pregunte cómo, pero sabía que él era el Trinente, el cancerbero del umbral.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora