21. NUEVOS ESTRATAGEMAS

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El tiempo en las sombras se vuelve una eternidad cuando moras en ellas. Pero allí no existe el dolor ni el pensamiento. Solo es oscuridad, la novia de todos los miedos.

—Sof, ¿me escuchas? ¡Despierta, cielo, tenemos que marcharnos! —percibí una ronca voz, presumiblemente la de Ric.

—¡Ojitos, ¿me oyes?! —Reconocí a Rigo—. ¡Mierda! Parece tan quieta.

Advertí las respiraciones entrecortadas de quienes parecían estar rodeando mi cabeza, chocando incandescentemente sobre mi frente. Mis ojos permanecían cerrados.

—¡No me digan que está muerta! —lloró la voz chillona de Estrella.

—¡Muertas tienes las neuronas, rubia bruta! —respondió Rigo, enfadado.

No sé si pasó mucho tiempo, pero no mucho después sentí que unas gruesas manos me levantaban. Era Ric. Aún podía recordar el aroma de sus labios, y casi el sabor de su lengua. Cuando me incorporé vi que tenía hematomas en el rostro producidas por la pelea con Rigo. ¡Par de tontos!

—Rigo, Ric, ¿por qué? —inquirí, mientras el último se mostraba solícito para depositarme en una de las sillas desordenadas del gran salón.

Salvo nosotros, el sitio parecía estar vacío y casi en penumbras. Los escasos candelabros de las mesas que aún permanecían en pie poseían velas cuyas llamas no eran suficientes para abastecernos de luminiscencia.

—No te preocupes ahora por este dúo de babosos —dijo Estrella, recogiéndome los mechones de mi pelo—. Ellos no se golpearán más. Me prometieron hacer una tregua.

—Es una tregua momentánea. Sólo es un breve armisticio —aclaró Ric, que tenía claros signos de inconformidad en su gesto y voz—.Me comportaré con la debida actitud de un caballero únicamente por ustedes, pero esto no significa que doy fin a la guerra —amenazó con sus ojos enfebrecidos clavados en Rigo, quien se había sentado en el suelo, frente a mí—. ¡Éste mecánico mugroso me las va a pagar tarde o temprano! ¡Yo soy un Montoya, y de un Montoya ningún enclenque se burla!

—¡Ya estuvieras, riquillo de mierda, ¿qué me vas hacer?! —lo retó Rigo incorporándose de nuevo—. ¿Miedo a ti? Ja, Ja, Ja. Yo no le tengo miedo ni a la aparición de tu abuela muerta en calzones. —Ric bufó, limpiándose el hilo de sangre que aún le escurría por las comisuras de sus labios—. ¡Yo soy un hombre de barrio, hijo de la calle, padre del miedo y de los miserables que se creen mejor que yo sólo porque tienen unos cuantos billetitos de más en la cartera! ¡Pero conmigo pelas perico!

—¡Mejor cállate, muerto de hambre, que vales tan poco que ni siquiera tuviste dinero para pagar la ambulancia de tu hermano. ¡Ingrato, eso es lo que eres, un mamarracho e ingrato! Pero eso me gano por confiar en los de tu clase. Tu burda conducta deja en claro que te queda grande el elegantísimo frac que traes puesto.

—¡Ahí está tu jodido frac! —prorrumpió Rigo cuando comenzó a quitarse el saco y la camisa manchada de sangre.

—¡No vas a desnudarte, ¿cierto?! —se escandalizó Estrella con sus ojos claros precipitados sobre él.

—¡Claro que lo hará, porque eso es lo que acostumbran hacer los de su raza! —añadió Ricardo cuando Rigo ya había desnudado su voluminoso pecho, disponiéndose ahora a quitarse los zapatos negros y el pantalón—.¡Maldita la hora en que el Mortusermo dejó que nuestras clases se mezclaran!

—¡Basta ya! —exclamé con indignación, desilusionada de Ric—. No quiero que vueltas a decir esos horribles comentarios tan racistas y clasistas delante de mí — le sentencié. Rigo dejó de quitarse los zapatos sólo para mirarme con cariño, como agradecimiento por defenderlo—.De cualquier modo me alegra saber lo que usted opina de las clases sociales, señor Montoya, así sabré mantener mi distancia.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now