2. ENTRÉGOME A TI

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—Parece que ya está volviendo en sí —oí decir a una voz grave y distante que se me figuró a la del muchacho rudo de ojos negros llamado Rigo.

—Ya era hora. —Pude identificar el peculiar tono chillón de Estrella Basterrica—. Esta niña parece estar empeñada en llamar la atención. ¿Seguros que no quieren que la abofetee para que despierte más rápido?

—Haznos a todos un favor y arrójate al vacío —le dijo Rigo a la rubia—. Hace un rato no parabas de lloriquear por las navajadas que recibiste en tu piel, y ahora te sientes muy avalentonada, ¿no? Entonces mejor no hables sobre gente «empeñada en llamar la atención» y arrójate al vacío.

—¡Arrójate tú, cholito estúpido y enlamado!

—¿Por qué mejor no se arrojan los dos de una maldita vez? —brotó la áspera voz de Ric—. Así tendré un verdadero motivo para salvar espíritus del inframundo y, aún así, dado lo poco que me simpatizan, dudo mucho que lo hiciera.

Mis ojos estaban muy pesados, como si alguien los hubiese sellado con un estrato de cemento; en mis sienes un calambre se hospedaba dispensándome un punzante dolor.

—No sé qué se inventó primero —dijo la rubia, dirigiéndose a Ricardo Montoya—, si tú o la amargura. Siempre me pareciste un tipo elocuente, sensato y juicioso, incluso cuando fuiste mi novio; pero ahora me resultas irreflexivo, canalla y enajenado. De ser una colmena de miel terminaste destilando hiel.

Cuando el olor a tierra suelta penetró en los poros de mi nariz y mi capacidad del tacto volvió, descubrí que estaba tendida en el suelo.

—¡Que alguien calle a esta rubia loca, que conforme más habla, más rápido mueren sus neuronas! —contestó Rigoberto en un tono cómico (que resultaba curioso estando en la horrible situación en la que estábamos).

—¡Cierra el pico, naco igualado!

—¡Cierren el maldito pico los dos! —estalló Ric con el volumen más alto que le había oído nunca—. ¡No sé de dónde mierdas he agarrado fuerzas para resistir las ansias que tengo de despedazarlos a los dos y hacer figuritas de carne humana con ustedes!

Yo no pude ser más oportuna al despertar; así que para evitar que Ric cumpliera su homicida amenaza, en ese momento abrí los ojos y me incorporé. Aunque al principio me costó trabajo adaptarme a la escueta luminiscencia que me proveía la vida, conseguí distinguir las indiscretas miradas que Ric, Rigo y Estrella me concedían.

—¿En verdad esta debilucha sin gracia va a rescatar a un espíritu del inframundo cuando apenas si puede sostenerse así misma? —ironizó la Basterrica torciendo un gesto.

—Puede que te rescate a ti si decido matarte ahora —la amenazó Ric en un tono sumamente sombrío, ofertando de nuevo su promoción de asesinato—, además, Basterrica, te recuerdo que ella no lo rescatará sola.

—Lo siento... lo siento —musité frotándome las sienes.

La curiosidad que expresaba Ric desde sus bellísimos ojos verdes se hincó encima de mí. Me observaba como si pudiese ver más allá de mi alma. Luego, Rigo comentó, riendo:

—¿Desde cuándo las personas se disculpan por desmayarse?

Poco a poco el chico rudo dejaba de parecerme rudo: entendí que no era tan temible como lo aparentaba, aunque sí me resultaba fuerte y protector.

—¿No les digo, pues, que esta niñita es pariente de la idiotez? —dijo Estrella al tiempo que los dos muchachos le exhibían sus peores rostros de villanos—. Ya entendí, ya. Mejor ya no digo nada.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now