15. LA SANTA INQUISICIÓN

2.1K 272 40
                                    

Los días posteriores sucedieron con la misma monotonía con que la vida pretende hacer creer al mundo que no existen secretos de los cuales estar prevenidos. Esos días soñé tres veces con mi Liberante, pero no lo soñé muerto. Recuerdo haberlo visto en la lejanía, tan hermoso y reluciente como sólo un ángel puede permitirse. Siempre lo vi acompañado con una mujer hermosa, de pelo largo, negro y de piel casi traslúcida, portando vestidos amplios y ampones que hacían referencia a la época colonial. A mi despertar siempre escribía los sueños para no olvidarlos.

Mi padre marchó de nuevo por tres días a un entrego de camionadas de aguacate a Guadalajara, y su ausencia me permitió retornar a mis ensayos del coro donde pude reunirme de nuevo con mis compañeras de canto.

En los días de preparatoria no ocurrió nada trascendental, salvo que reemplazaron el antiguo cristal de la biblioteca por uno más consistente. Los peritos jamás lograron responder a la verdadera razón por la que éste había reventado. La profesora Carmen Luz, por su parte, no volvió a la preparatoria, y eso me pareció muy oportuno puesto que yo no me encontraba en condiciones para encontrármela de frente y responder a los cuestionamientos que estoy segura quería hacerme.

Estrella Basterrica se comportaba de una manera más amigable conmigo, casi puedo asegurar que para entonces ya me había congraciado completamente con ella. Se entretenía peinándome y empolvándome las mejillas cual si yo fuese un maniquí. Por otro lado, puesto que yo no era compatible con ninguna de sus ricachonas amigas, solía permanecer callada durante las conversaciones de chicos guapos y la próxima fiesta de fin de curso a la que planeaban asistir. En esos días me invitó varias veces al bar "ilustre", al que recurrían únicamente chicos de la alta élite social, y algunas noches a "paradisus" una discoteca de la misma categoría, pero siempre me negué por las razones ya sabidas.

Lo más extraño era que los espíritus que habían escapado del expiatorio, según el Mortusermo, no se habían aparecido por aquellos días. Eso me preocupaba aún más.

En lo que concierne a Ricardo Montoya, él había estado lo bastante ocupado en la empresa de flirtear con cuanta chica faltara de anotarse en su lista de "admiradoras" como para juzgar propicio dirigirme la palabra. Con una piedra atorada en la garganta el viernes de esa semana le hice saber a Estrella mi preocupación respecto a la actitud que él había tomado conmigo.

—Sof, creo que Ric no quiere que te confundas —me dijo en la cafetería—. Él es como todos los hombres, ya te lo había dicho. Teme tener una relación seria con una chica. Pese a que ya tiene 19 años se sigue comportando como un estúpido chiquillo. Tal vez creyó que tú estás enamorada de él y se asustó. Él es de la creencia de que hay muchas mujeres como para verse en la necesidad de quedarse con una, y aunque lo lograras conquistar, Sof, ¿dónde has visto que un hombre mujeriego cambie de la noche a la mañana por una chica? No querida, no eres la protagonista de una novela de Wattpad, así que hazme el favor de dejar de soñar.

—¿Cómo voy a estar enamorada de un chico al que apenas conozco? —me indigné, tratando de sonar convincente—. Además, yo no estoy buscando novio. He vivido feliz así.

Aquella misma tarde lloré en mi habitación. Mi pesar no cambió ni cuando me encontré con las teclas del órgano de la capellanía de Santa Elena, donde, en compañía de mis amigas Mariana, Mayra y Mariela (todas con su inicial M, y una razón por la que me llamaban Morticia, dado que mi inicial de Ana o Sofía descontextualizaba a nuestro grupo) canté el «Ave María» en latín del compositor francés Charles Gounod.

Cuando terminamos el ensayo noté que ellas comenzaban a suspirar, y tardé poco en darme cuenta del motivo de sus suspiros. Muy cerca de nosotras estaba Joaquín Rentería, un apuesto seminarista castaño en ojos y pelo, cuya dulzura angelical por poco se asemejaba a la de mi Liberante. Había llegado sigilosamente, razón por la que no lo habíamos escuchado. Su cándido semblante ésta vez no estaba teñido en su rostro. Ahora parecía serio, como si algo le mortificara de verdad.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora