12. EN LA CASONA BASTERRICA

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Por difícil que parezca de creer, cuando desperté no me dolía nada. No sentía cansancio ni aletargamiento: tampoco tenía recuerdo alguno de lo que había ocurrido después de la invocación. En ese instante ni siquiera recordé mi muerte y cómo Ric me había ayudado a escapar de allí, aun si Padre Mort me había prometido que volvería a la vida de todos modos. Únicamente padecía un singular entumecimiento en la cabeza y un velo transparente sobre mis ojos que frenaba mi sentido de la vista. Tan pronto como pude me incorporé, y noté inmediatamente que aquella habitación rosa pálido, alumbrada finamente por una lámpara en forma de estrella que colgaba del techo, no era la mía.

Bastó mirar una fotografía puesta en el buró próximo para caer en la cuenta de que se trataba de la habitación de Estrella Basterrica. ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¿Cuántas horas habían transcurrido desde los últimos eventos hasta ahora que despertaba allí? Quizá ya estaba amaneciendo, según conjeturé dada la escasa claridad que se veía en el exterior a través de la ventana de la habitación, y yo no había vuelto a casa.

¡Mi padre me iba a matar!

Tal vez ya hubiera visto cosas horripilantes e inextricables en mi corta vida, pero pensar en el horror que me aguardaba en casa por no haber ido a dormir era un terror que no se comparaba con nada. De todos los demonios del universo, eran los que habitaban fuera de los infiernos a los que más les temía. Por imprevistos menores al de ése día había sido acreedora a verdaderas palizas a manos de mi progenitor.

¿Qué me esperaba ahora?

Para mi sorpresa, advertí que llevaba puesto un bonito vestido asalmonado que me quedaba proporcionalmente bien, aunque más corto de lo que hubiera deseado. Tomé mi emblema de Excimiente y me puse de pie, calzándome con mis zapatos de tacón que estaban junto al buró. A dos pasos de un espejo redondo situado al fondo de la habitación, estaban de pie cinco figuras de cartón grueso con las imágenes de los personajes de una banda británica-irlandesa en tamaño real. Me hice una trenza malhecha en mi largo cabello para sentirme más cómoda y la llevé hacia la espalda. Posteriormente, decidí salir de la habitación y buscar a mi anfitriona. Debía de verla y exigirle respuestas. ¿Qué había ocurrido con Pichardo y Alfaíth? A estas horas el cuarto creciente de luna ya había pasado, por lo que me di por entendida que la contienda había terminado, razón de más para deducir que el Mortusermo nos obligaría a reunirnos con él de un momento a otro.

¿Habíamos cumplido cabalmente la contienda tres? Tenía que averiguarlo cuanto antes.

Abandoné la habitación y me encontré con un estrecho pasillo pintado con figuras abstractas, mismas que por la negrura de afuera apenas si se podían distinguir. En la esquina del pasillo estaba una escalera que pronto me apresuré a alcanzar. Desde allí contemplé el vestíbulo y los ángeles y hadas de porcelana que lo adornaban, así como ventanales larguísimos y anchos que reemplazaban los muros frontales, concediéndole a la construcción un diseño vanguardista. Entonces vi a Estrella Basterrica, envuelta en un abrigo rosa, parada en el umbral de la entrada, y justo un segundo después, advertí la presencia de la señora Basterrica, que, en compañía de un apuesto joven alto y moreno, ingresaba a la casona sacudiéndose las gotas de lluvia. Me escondí detrás del muro de la segunda planta para que no me vieran. No sabía si aquella señora estaba enterada de mi estadía allí.

—¡Hashtag; hija encuentra a su madre adúltera con su amante! —exclamó Estrella furiosa.

—Estrella, por favor —resopló la señora Basterrica.

—¿Y tienes la desvergüenza de traer a tu amante a la casa de mi padre? —le reclamó de nuevo—. ¡Que se vaya al carajo ahora! —exigió con desdén.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now