14. CASTIGADOS

1.9K 264 57
                                    

Ahora todos nuestros seres queridos estaban en peligro.

—¡Por favor, Ric! —bramó Estrella revolviéndose en el asiento trasero del auto cual si el respaldo le incomodara—. Acelera más rápido ¡Debemos de proteger a nuestras familias! —lloró—. El Mortusermo prometió castigarnos si fallábamos y lo hicimos. ¡Demonios! ¡Fallamos!

Mis incontrolables pestañeos me habían provocado un ardor en los ojos semejante a si un puñado de chile en polvo hubiese saltado sobre ellos. Rigo iba carraspeando en el asiento de copiloto, con el ceño fruncido, acariciándose el piercing de su poblada ceja.

—Es un niño —murmuraba a nadie en especial, resollando de forma descontrolada—, lo único que tengo. Mi hermanito es un niño inocente, y está en peligro por mi culpa...

Ric ya se había puesto en contacto con Mauri, su padre, por medio del celular, exigiéndole que, donde quiera que estuviera, regresara a la Mansión Montoya cuanto antes. Estrella había hecho lo mismo con su madre y después con su padre, éste último que estaba en Roma. Luego me había prestado su celular para hablar a mi casa y corroborar que mi madre estuviese bien.

Pero Rigo no tenía un teléfono al cual llamar, por lo que decidimos ir directamente a su casa para salvar a su hermano. Así pues, cuando el manto de la oscuridad de la noche ya había revestido los confines del firmamento, aparcamos a las afueras del menesteroso condominio donde él vivía con Nachito. Para nuestro terror, una ambulancia estaba a las afueras del lugar, y un puñado de gente se aglomeraba junto a ella. Rigo escapó de Sebastián de manera automática y corrió hasta la camilla donde yacía su pequeño hermano de cinco años.

¡No era posible!

En cuanto Ric se estacionó en quién sabe dónde, salimos Estrella y yo disparadas, luchando por inmiscuirnos entre la algarabía y los transeúntes que se apiñaban para llegar a donde nuestro amigo.

—¡Parece que se electrocutó! —lloraba una mujer ancha, morena y de estatura media que llevaba un mandil blanco con cuadros negros y que estaba de pie junto a Rigo, quien permanecía de pie al costado de la camilla, temblándole todo el cuerpo, con sus ojos negros y cristalinos mirando la inmovilidad de su hermano—. Estaba jugando pelota con los otros niños cuando un rayo cayó cerca de él. Cuando menos acordé Nachito estaba tirado en el suelo. ¡Creo que ha sufrido un paro respiratorio!

Cuando logré aproximarme a Rigo sólo atiné a abrazarlo, pero él continuaba en un estado de petrificación total, en tanto uno de los paramédicos le brindaba primeros auxilios al niño con asistencia respiratoria. Según mi observación, el pequeño, vestido con pantaloncitos cortos y una camiseta blanca, no tenía huellas de quemaduras a simple vista. Sin embargo, estaba alarmantemente quieto, como muerto.

No pude evitar gemir de angustia y dolor al mirarlo así. Solo cuando Rigo advirtió verdaderamente mi presencia reaccionó. Se apartó de mí y fue hasta donde su hermano.

—¡Oye, Nacho, campeón, estoy aquí, bebé! —lloró desesperado, sacudiéndolo.

—¡Atrás, atrás, no entorpezca nuestro trabajo, joven! —lo trató de apartar un paramédico choncho con un rostro redondo y severo de cuyo cuello pendía un estetoscopio.

—¡Déjeme, él es mi hermano, es mi campeón! —exclamó con gritos desgarradores—.¡Que no se muera! ¡Nacho, mi campeón, despierta, estoy aquí! ¡No me dejes! ¡Hermanito, por favor, hazme caso!

Me volví a reunir con él y, entre un mar de lágrimas, lo estreché por su ancha espalda, con el propósito de tranquilizarlo.

—¡Le fallé! —se lamentó. Los paramédicos continuaban con la labor de revertir la ausencia de pulso en los latidos cardíacos del niño—. ¡Le dije que siempre lo protegería! ¡Le prometí que jamás dejaría que nada ni nadie lo lastimara!¡Juré que nunca dejaría que el miedo lo embargara! ¡Doña Alicia! —se volvió a la mujer de mandil—. ¿Él gritó, lloró, sufrió cuando le pasó esto? —Luego regresó su doliente rostro hasta el paramédico severo—. ¿Va a despertar? ¡Con una mierda, dígame que no está muerto! ¡Nacho, no estoy jugando, despierta, prometiste siempre obedecerme! ¡Despierta!

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora