34. EL LAMENTO DEL ÁNGEL

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Sentí que caí de un alto precipicio hasta golpearme en un duro suelo, y no pasando ni medio segundo comencé a escuchar murmullos y grititos por doquier, aunque al principio no fui capaz de comprenderles con perspicuidad. Altas figuras pendían sobre mí, pero mi mirada estaba lo bastante empañada para discernirlos claramente.

—¡Morfina, denle Morfina! —decía alguien.

—El muchacho ya no respira —murmuraba otro.

—¡Sí está respirando, pero lo hace muy lento! —intervino una voz femenina.

Entonces reconocí los sollozos de Estrella, que más que sollozar gimoteaba.

—¡El conjuro de inserción! —exclamó otra voz—. ¡El espíritu del Liberante se fragmentará sino lo introducimos pronto en su cuerpo! ¡El conjuro de inserción, rápido!

—¡Morfina, el muchacho se nos va!

—¡El conjuro de inserción!

Había una discusión sobre lo que se debía hacer primero; insertar el espíritu de Zaius en su cuerpo, o asistir a Rigo para que pudiera sobrevivir. Ambas decisiones tenían prioridad.

—¿Y cómo está ella? —preguntó la gruesa voz de Ric, refiriéndose a mí.

—Atrás Guardián —le dijo el último Excimiente—, ayuda al conjuro de inserción.

—¡No haré ni puta madre si no me dices cómo está ella!

—¡Está débil, muy débil, pero no morirá! Su espíritu está en estado de...

—¡¿Por qué Rigo no se mueve?! —lloriqueó Estrella—. ¡Se está poniendo helado!

—¡La retribución dorada...! —traté de hablar, pero parecía que mi voz estaba pegada a mi garganta. Con gran esfuerzo conseguí sacar a tientas la retribución de mi falda y ponerla delante de mis ojos—. ¡Ésta retribución es de resurrección! ¡Escúchenme! ¡Una parte de Rigo está muerta, lo vi en el expiatorio! ¡Usen mi retribución dorada, porque es de resurrección!

—¡Sof, mi niña, ¿estás bien?!

El aroma de Ric era excepcionalmente único. Aun sin verlo sentí sus resuellos tibios en mi frente cuando se arrodilló junto a mí. El corazón me latió desjuiciadamente al presentir su aura muy cerquita.

—¡Ric...! ¡Ric...!

—¡Estoy aquí, corazón, estoy aquí, a tu lado!

—¡Rigo...! ¡La retribución dorada! —gemí.

—Atrás, Guardián —insistió el último Excimiente con un tono disgustado—, debes ayudar al conjuro de inserción, ¡entiende, con un demonio!

—¿Qué mierdas me importa ahora ese puto espíritu del inframundo si mis dos amigos se están muriendo? —gruñó Ric con un tono mucho más amargo.

—¡Ella está perfectamente! —gritó el último Excimiente con signos en su voz de estar perdiendo la paciencia—, y en lo que concierne al otro muchacho, bueno, ¿qué te digo? La vida es así.

—¡¿La vida es así?! —Noté que Ric se levantaba precipitadamente hecho una furia. Temí que comenzara a repartir golpes—. ¡¿La vida es así, hijo de put...?!

—¡Úsenla, por favor, la retribución dorada es de resurrección! —persistí. Sentía que algo muy helado se desprendía del fondo de mi alma. ¿Por qué no daban crédito a mis palabras? ¿Por qué?—. ¡El espíritu de Rigo está en el expiatorio! ¡Sáquenlo, por Dios! ¡Sáquenlo ya!

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora