30. ESPÍRITUS GUERREROS

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Rigo estaba sentado en el borde de la puerta del viejo departamento de su vecindad. Su rostro estaba escondido entre sus piernas. Se balanceaba... resollaba. Al oír nuestra llegada elevó sus ojos negros para mirarnos. Estaba pálido y sus labios resecos.

—No puedo hacerlo... —dijo él con la voz vibrante—. ¡Está durmiendo! ¿Cómo se supone que lo mat...? ¡No puedo, no podré!

—Tienes que hacerlo —lo instó Ric, poniéndose a cuclillas cerca de él—. Como lo hice yo con mi padre, como seguramente ya lo hizo Estrella con su madre... La madre de Sofía, bueno... ella también ha perdido la vida.

Mi espíritu se sacudió al recordar aquello.

—¡Pero es un niño, chingado! —exclamó con coraje, como si nosotros tuviésemos la culpa de lo que estaba sucediendo—. ¡Es mi hermano, Ric! ¿Cómo jodidos lo voy hacer?

—Debes de hacerlo tú, si lo haces él volverá, Rigo. No dejes que el puto Padre Mort lo haga por ti o todo valdrá madres.

Envuelta en un nuevo abrigo rosa con gorro, Estrella apareció en el portón. Al percatarme de su presencia me aproximé a ella y la eché entre mis brazos mientras se soltaba en un estridente llanto.

—Parece que duerme —hiperventiló—, parece que se ha maquillado la cara con un color traslúcido y encima de él con tinta carmesí. Pero en realidad es la máscara que la muerte le ha dado y el carmesí es el color de su sangre. Ella estaba en el descansillo de la segunda planta, junto al vitral que separa el descansillo del vacío. Estaba hablando con Bobby por teléfono... le decía que la única forma que habría para que mi padre muriera era dándole un fuerte disgusto. Habló sobre la incertidumbre que la causaba saber que ella sólo heredaría un veinte por ciento de la fortuna de mi padre, mi hermano un treinta y yo el cincuenta. Le dijo que una forma para que ellos (mi madre y Bobby) tuvieran mi cincuenta por ciento era... que yo me casara con él... con el maldito de Bobby, y que sólo así sería apropiado matar a mi padre.

La banda sonora de aquella atmósfera eran nuestros resuellos imperiosos y las sonrisas perversas procedentes de nuestro porvenir.

—Presa de la cólera la tomé del pelo y la impulsé hacia el vitral. —Estrella hizo una pausa que utilizó para respirar profundamente—. Y el vitral se rompió y ella cayó hasta el vacío. Sus ojos quedaron abiertos, como mirando las estrellas a través de la bóveda, vestida con un manto de sangre. —Tragando saliva comenzó a acariciarse sus mejillas, nerviosa—. Un trozo de vidrio le atravesó el cuello. —Volvió a tragar aire—. Estaba bebida, creerán que tropezó y que se precipitó al vacío.

—¿La dejaste ahí? —quiso saber Ric con los ojos brotados. Estrella asintió—. Pero ¿cómo...? ¿Qué pasará mañana? A mi padre lo oculté en su recamara con cerrojo. Tu madre, Sof, está en la ambulancia, y la tuya, Estrella, está allí en el vestíbulo de tu casa. ¿Cómo se supone que se justifique su resurrección, si es que logramos terminar el juego con éxito?

—¡No me interesa pensar en eso ahora, Ricardo —gruñó la rubia—, lo que quiero es terminar el juego cuanto antes! Pero... ¿qué tienes en la cara? —Estrella se refería a las heridas que yo le había dejado. Tosí avergonzada en tanto ella esperaba la respuesta del interpelado.

—¿Rigo? —dijo alguien. Era una voz infantil.

Todas nuestras miradas se volvieron hasta la puerta de la habitación de Rigo, de donde brotó la voz aguda de su pequeño hermano. Estrella Basterrica volvió a palidecer al advertir que él aún estaba vivo. El niño salió en pijama y nos miró con sorpresa. Rigo, que se había puesto de pie, comenzó a resollar incontrolablemente.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now