17. MELODÍA NOCTURNA

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Me desperté a las tres de la madrugada, y aunque Ric no estaba acostado en la cama ni en ninguna parte de la habitación, el miedo ya no era propio de mí. No recuerdo si yo misma me quité mis zapatos de tacón o fue él quien lo hizo, lo cierto es que cuando me senté en el borde de la cama yo me hallaba descalza.

A merced de las llamas de tres velas que aluzaban pobremente la habitación noté que estaba recostada en una gigantesca cama imperial de cuyo dosel colgaban exquisitas cortinas plateadas con brocados. Vi que junto a las velas había un retrato de mi Guardián, y otros más colocados en los muros. Así pues, caí en la conclusión de que Ric no me había llevado a una recamara de huéspedes, sino a la suya.

¡Dios santo! ¡Estaba en su habitación!

Intentando recobrar el aliento, vi que a dos metros de la cama descansaba un hermoso piano negro al cual rápidamente me apuré alcanzar. Tenía un aspecto más antiguo que el órgano de la capellanía de Santa Elena, y eso lo hacía ver mucho más atractivo para mí. La tapa superior estaba levantada en la posición más alta, lo que me invitaba a pensar que Ric había tocado recientemente. Fui presa de la curiosidad al querer ver las partituras que yacían en el atril, mismas que debían de haber sido las últimas que él había armonizado.

"Tears of Laughter" era el tema de la melodía, y "Diary of dreams" el nombre del grupo que la interpretaba. Él prefería la música contemporánea.

Los tronidos de los rayos quedaron suspendidos en un segundo plano cuando mis dedos comenzaron a bailar grácilmente sobre las teclas del piano según la hermosa partitura me lo solicitaba. Fue en ese momento que le oí cantar, siguiendo el son de la armonía de la música que yo tocaba. La voz de Ric pareció un arrullo surgido del inframundo por el grosor de su voz y la tonalidad tan profunda y deliciosa que se embebió en mis oídos.

El rigor de una apasionada tormenta, la enérgica propagación de los rayos inclementes, la repercusión que provocaban mis dedos al acariciar el borde de cada tecla y el suave brío de una seductora voz, chocaron inmediatamente en la atmósfera de la noche, y el encuentro de todas éstas repercusiones convirtieron la armonía en una banda sonora que me sedujo y acarició toda la piel hasta estremecerme.

Ric estaba cantando desde el filo del umbral de su habitación, descalzo, con una toalla blanca atada alrededor de su tonificada cintura, dejando al descubierto el resto de su perfecto cuerpo desnudo. Por su blanca piel escurrían rastros de gotas de agua, desde el borde de su mojado cabello, (cuyos rizos parecían más delgados y finos que de costumbre, de donde brotaban minúsculas perlas en las puntas), hasta la prolija musculatura tallada en su voluminoso pecho y su marcado abdomen, en cuya irreprochable simetría corrían los líquidos de su reciente baño. Olía a frescura, olía a tinto... y él estaba guapísimo. Era tan perfecto para mí que temí que se desintegrara.

No fue hasta que terminó la melodía cuando se introdujo completamente a la habitación, dejando restos de agua sobre la alfombra. Su aroma a limpio penetró en los poros de mi piel cuando estuvo tan cerca de mí como para besarme la frente. Me estremecí. Otra vez lo tenía cerquita de mí, estando semidesnudo, como la primera noche en las piedras del Sochule.

—Lo siento —se disculpó, rodeando el piano mientras tarareaba—, tenía calor.

Asentí con la cabeza al tiempo que un prominente rubor se apoderaba de mí.

—No sabía que tocabas el piano —le dije nerviosa.

—No, no lo hago en realidad —confesó, y aun si la luz era escasa, casi me pareció que se ruborizaba—. Únicamente encajo mis torpes dedos en las teclas del piano tratando de recordar las vagas lecciones que mi difunto tío Vladimir me enseñó. Por el contrario, quien ha quedado sorprendido por la soltura de tan artística melodía soy yo: tocas precioso.

—El padre Mireles ha sido mi maestro —reconocí—. Pero tu voz Ric, es tan bell...

—No, Sof —rio—, mi intento de cantar se asemejó más bien a cuando un perro ha sido atropellado y no soporta su dolor.

Reímos juntos hasta que comencé a bostezar. Además de nerviosa estaba cansada.

—Vamos a la cama, Sof, me temo que mañana será un día muy largo. A las 11 de la noche será luna llena y, sin ánimos de preocuparte, estoy seguro que los espíritus procurarán poner todas sus energías hasta conseguir matarnos. Si pasamos con éxito la contienda de mañana faltará muy poco para que lo puedas rescatar.

—Zaius —murmuré, pensando en sus ojos azules.

Cuando Ric se dirigió a su guardarropa yo volví a recostarme en la gigantesca cama.

—Dime, Sof, ¿te molestaría que me acostara solo con mi bóxerlip? —me preguntó mientras hurgaba en el interior de su guardarropa—. Generalmente duermo desnudo, pero, puesto que no deseo que te acalores, te pido que al menos me concedas tal proposición.

—Ah, si...í, claro —musité, sintiendo que mi cuerpo se sacudía de hito a hito.

Como me hallaba recostada a una dirección opuesta a donde él estaba, no me fijé si realmente cumplió su amenaza respecto a usar solamente su ropa interior. Lo cierto es que pronto escuché el perturbador sonido de la toalla al caer de su cuerpo, y posteriormente las hazañas que ejercía mientras se ponía el ¿bóxer?

Al cabo de unos minutos sentí que la cama se hundía en el sitio donde él se acostó. Además de suspirar comenzó a remolinarse sobre el colchón hasta que finalmente sintió comodidad. Estaba muy cerca de mí, casi podía oír sus respiraciones... esas que chocaban contra mi cuello.

—Oye, Sof, una última interrupción —me dijo— ¿Podemos compartir la cobija?

El corazón por poco se me sale por la boca.

—Sí...

—Y si me da miedo —dijo Ric con una risita—, ¿te podría abrazar?

Suspiré sintiendo mis piernas calientes y estremecidas.

Definitivamente esa noche iba a ser muy larga. 

 

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MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now