EPÍLOGO

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Nunca habíamos entrado a las piedras del Sochule de día, por eso me sorprendió que el espacio en su interior fuese mucho más bello y acogedor que las últimas veces que lo habíamos mirado. Había una ancha rendija entre las dos rocas gigantes por donde se filtraban líneas de luz y un vientecillo ardiente y fresco propio del verano.

—Dicen que cuando el volcán de esta montaña estuvo a punto de hacer erupción y dejar a los antiguos habitantes de este valle en la completa desolación, un par de enamorados se ofreció en sacrificio para salvar al pueblo —dije—. El volcán explotó, y las cascadas de fuego devoraron de inmediato a esa noble pareja que había escalado a la mitad de esta montaña, y para sorpresa del pueblo entero, que corría en busca de su salvación, la lava se detuvo justo allí, donde los enamorados se habían parado. Entonces el volcán, la lava y la destrucción quedaron suspendidos tras el sacrificio de los jóvenes. El pueblo entero se reunió en las faldas de esta montaña y maravillados quedaron al descubrir que la lava había convertido a los amantes en un par de colosales piedras cuyas formas eran la viva imagen de dos cabezas humanas. Y desde entonces aquí yacen las piedras del Sochule (lugar sagrado), desde lo alto de esta colosal montaña protegiendo a nuestro valle, custodiando nuestra ciudad.

—Hermosa historia —sonrió Estrella cuando se acercó a la rendija desde donde se podía admirar parte de la ciudad aquél mediodía—, no hay historia más bella que la que describe un sacrificio por amor.

Ric me tomó del brazo y me llevó hasta donde Estrella. Rigo, que se fumaba un cigarrillo, nos siguió y los cuatro comenzamos a mirar por la rendija. Majestuosas golondrinas, con su habitual candor y color rojizo y azul metálico en su plumaje, volaban y cantaban alrededor de nuestra vista, en tanto el viento continuaba susurrando palabras sedosas.

—Estrella, Rigo —les dije, compartiendo mis miradas—, prométanme que pase lo que pase, ustedes seguirán siendo mis Intercesores.

—En todo momento, mi ojitos —me sonrió Rigo, haciendo a un lado a Ric para conseguir besarme la frente.

—Ni que lo digas, Sofía virgen, alguien tiene que rogar al cosmos por ti y tus repentinos pensamientos estúpidos y presuntuosos —reafirmó Estrella, con una sonrisa.

Reí en voz baja y apreté el brazo de Ric.

—Ricardo —lo llamé—, prométeme que tú...

—Yo siempre seré tu Guardián, mi hermosa.

Se me hizo un nudo en la garganta.

—Gracias a los tres —musité, presa de la nostalgia—. Yo, a cambio, les prometo ser siempre su Excimiente, rescatarlos de cualquier expiatorio humano que padezcan, y liberarlos de todos sus problemas como me sea posible, por los siglos de los siglos —prometí, con lágrimas mojando mis mejillas.

—¡Ya me hiciste llorar, mensa! —balbuceó Estrella, quien se echó a gimotear en las palmas de sus manos.

—Aquí, en el interior de esta cueva de piedra, comenzó todo —dijo Rigo con nostalgia.

Una fresca brisa agosteña sopló sobre nuestros rostros.

—Sí, aquí fue donde nos conocimos —recordé con añoranza.

Alfaíth y lo que quedaba de la horripilante orden de Balám persistían errantes por el mundo. Ananziel, a su vez, aún estaba fragmentada en alguna parte del destino, quizá todavía escondida en alguna parte de mi alma... aguardando impaciente retornar.

Es cierto que aún nos acechaban ciertos peligros, sin embargo, todas estas dificultades quedaban compensadas con la presencia de mis amigos. Con ellos todo el peso del mundo me parecía mucho más liviano. También estaba mi ángel, aquél hermoso hombre que finalmente había sido liberado de la esclavitud de sus pecados. Ahora permanecía en la tierra y eso bastaba para mí.

Finalmente debo decir que, contra todo pronóstico y lógica, yo lo seguía queriendo, y tan pronto como estuviera restablecido me encontraría con él, lo abrazaría, lo besaría y, haciendo valer su promesa de ser el esclavo de mi vida, lo reclamaría como mío para toda la eternidad.

Pero también estaba Ric y toda la adrenalina y locura que me hacía sentir dentro de mi corazón y de mis hormonas.

Mientras tanto, allí en las piedras del Sochule, abrazando a Ric, Rigo y Estrella, pareció terminar el primer capítulo de mi vida.

F I N (?)


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MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora