24. DELIRIOS

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Envuelto de arriba abajo en una repentina fumarola negra y espesa que surgió de la nada, Alfaíth desapareció ante mis ojos con un sonido semejante al de un iracundo ventarrón. El aullido de un lobo se oyó en la lejanía y repercutió entre los mansos vientos de la noche. No fue hasta que oí el rumor de los gemidos de mi Liberante que conseguí librarme de mi estado de estupefacción.

Portando el cuerpo de Joaquín, Briamzaius estaba desnudo en el centro del campanario, y cuando mis ojos lo visualizaron noté que había caído de rodillas en el suelo. Se obviaba el hecho de que al regenerarse en cuerpo y alma sus vestiduras no habían sido favorecidas, por eso su piel estaba al descubierto aun si las sombras lograban medio ocultarlo. Con el corazón en vilo me aproximé hasta él para saber la causa de su desvanecimiento, y cuál sería mi sorpresa al descubrir que su piel blanquecina no sólo se había rasgado, sino que la tenía recubierta como por cientos de telarañas de sangre desde la cara hasta los talones de los pies.

—¡Zaius! —grité horrorizada, tambaleándome por la impresión—. ¡Zaius!

—Estaré bien, estaré... bien —repitió entre jadeos de dolor con la mirada gacha.

Me apronté a tomarlo de las mejillas ensangrentadas, no obstante, las retiré inmediatamente temiendo lastimar sus heridas.

—¿Por qué tu piel está curtida? ¿Por qué estás sangrando por todos lados?

Entonces, cuando sus ojos se hospedaron en los míos, descubrí que sus lentes de contacto de color café también se habían desintegrado. Ahora un par de luceros eléctricos de color azul brillaban entre la bruma. Eran tan hermosos que por un momento me olvidé de sus heridas y me perdí en su mirada.

—Vete, por favor —me suplicó, sacándome de mi ensimismamiento.

—¿Qué? —me sorprendí ante su petición—. ¿Cómo voy a dejarte así? Más bien dime cómo puedo ayudarte ahora.

Volvió a jadear y finalmente consiguió sentarse sobre el pavimento. Me acerqué a él.

—Antes de morir yo tenía facultades —musitó, y noté cuán difícil le era fingir que no tenía dolores en su afán de evitarme mortificación—, y para poder preservar la vida de este buen muchacho, evitando que su cuerpo muriera cayendo desde el campanario, traté de forjar un conjuro de desintegración corporal. Debí de haber previsto que mi poder en este cuerpo no estaba en su cénit. Aun si lo conseguí... no logré regenerarme con limpieza, pero conseguí salvarlo. Siento dolor en mis órganos, pero no es nada que el Creador no pueda curar.

—¡Pero Zaius, tu sangre... tu piel!

Vi entre la sombras la pálida textura de su desnudez, y aun si estaba embardunado por los hilos de sangre, su belleza jamás desmejoró. Me parecía inaudito que la hermosura de mi ángel estuviese teniendo efecto sobre el antiguo cuerpo de Joaquín... ¡Dios mío!

—La misa está por concluir —susurró ahogando un lamento—, debes de volver. A tu madre y amigos les dije que estarías ayudando en la cocina de la casa pastoral para la cena que ofrecerá el vicario Mireles a los... sacerdotes invitados. Ahora márchate y recibe el aceite bendito que Rigoberto te entregará. Te lo untarás en los parpados y te harás la señal de la cruz justo en tu corazón.

—¡Zaius, quiero quedarme contigo...!

—Santigua con agua bendita a tu madre y a tu padre y oblígalos a portar los escapularios de protección que yo mismo fabriqué esta mañana. Están en el buró de mi cuarto en la Casa de Pastoral, hazte de ellos y repártelos entre el Guardián, los Intercesores, y tus padres. No olvides conservar uno para ti. El mal está fecundando sobre esta ciudad, bendita, y hay agentes Inquisidores que podrían enviar reclutadores a la ciudad si descubren que ustedes poseen dones sobrenaturales. He ahí la razón del aceite bendito y la importancia de que lo unten sobre los parpados y corazón, esto impedirá que los Inquisidores vean en ustedes cualquier signo sobrenatural, y los escapularios, a su vez, repelerán las maldiciones que los demonios y espíritus malignos les arrojen.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Where stories live. Discover now