10. INVOCACIÓN

2.8K 275 43
                                    

Mi tarde transcurrió inquieta y silenciosa. Podía sentir la sangre caliente palpitándome en las sienes. Simulé sonrisas ante mi madre y me provoqué psicológicamente la necesidad de hambre para poder comer en su compañía. Como papá había salido al billar de don Pascual, le tensión del ambiente que nos traía su presencia no estuvo presente durante la tarde en casa. Tomé la siesta vespertina para intentar tranquilizarme, pero cuando desperté, la imagen de Padre Mort se develó en mis recuerdos.

¡Pichardo no debía de morir...! «¡Ric...! ¡Ric...! ¿Cuánta crueldad hay en ti?»

Cuando bajé a beber un poco de agua fresca de guayaba que yo misma había hecho cuando llegué de la Prepa, el teléfono timbró:

—¿Hola? —dije, todavía con la garganta hinchada por los nervios.

—Ric me aseguró que encontró una forma de salvar a Pichardo siempre y cuando tú aceptes hacer el ritual de invocación. —Era la vocinglera tonalidad de Estrella.

¿Cómo había conseguido mi número? El directorio, claro.

Reinó en mí el mutismo por unos segundos. Me dije que Ric estaba tratando de urdir un plan a base de engaños. Sabía que con tal de que yo hiciese lo que él quería, me prometería cualquier cosa por más imposible que ésta fuera, incluso salvar a Pichardo de morir.

—Sé que no tienes motivos para confiar en mí, y es comprensible, Sof, pero te aseguro que por muy imbécil que Ric sea... él es valiente e inteligente. Va a protegernos. Tal vez exageré un poco diciendo que es mezquino. Pero bueno. Si hizo lo que hizo con Pichardo sólo fue para protegerte, y quiero que lo entiendas de ese modo. Anda, Sof, acepta que yo vaya por ti. Repite conmigo; ¡Hashtag; todos somos Pichardo!

Aunque no le dije que sí aceptaba, ella dio mi silencio por sentado, así que cuando faltaba un cuarto para la siete de la noche Estrella y su chofer, un hombre moreno y choncho llamado Urbano, pasaron a mi casa por mí. Mamá no creyó que mi padre se enfadara conmigo si ella le explicaba que había ido a estudiar a casa de Estrella, (la clase de chicas de alcurnia y de buena familia que él habría deseado que frecuentara desde niña), así que me dejó partir. Tomé las retribuciones e intercambié mis libros y libretas de mi mochila morada por los cirios que había comprado para la invocación y luego me volví hasta la Basterrica, quien inmediatamente me condujo al automóvil.

—Todo va a salir bien, Sof —me susurró, ofreciéndome un puñado de nueces cuando nos situamos en la parte trasera de su vehículo—. Come nueces para que no se te caigan los dientes.

En ese momento ya no entendía nada, ¿Estrella me odiaba o no me odiaba? ¡Que alguien me explicara!

Aquella noche naciente me sentí insignificante ante la gloria del mundo. Ciudad Guzmán era un empíreo de ensueños en primavera, aposento de las golondrinas en el verano, reniego de los corazones marchitos que dejaba el otoño y refugio de los amores olvidados en el invierno. En los tiempos de lluvias solían correr cascadas de chocolate desde lo alto de las montañas y, tras las lluvias con sol, levantarse majestuosos arcoíris de un extremo a otro mientras las suaves brisas chocaban entre sí. Rebordeada por largas y espesas montañas verdes, repletas de árboles frondosos, la localidad parecía estar resguardada en el interior de un valle. Lo más admirable era que en las montañas también había casitas: incluso, por las noches, si se les ponía atención, daba la sensación de que éstas tenían ojos brillantes.

Sin duda habría sido una horrible maldición haber nacido en otro lugar.

Entonces, ante la sombra del cielo, una gigantesca construcción de piedra se abrió paso ante mis ojos. Era de estilo gótico, de tres niveles, culminando el último con un poderoso arco apuntado: sus altos vitrales triangulares y las gárgolas puestas debajo de ellas le daban a la morada un aspecto tenebroso. Se decía que la mansión Montoya era una de las construcciones más antiguas de la ciudad, y dada su vetusta apariencia nadie podría pensar lo contrario. En la cúspide de su construcción una cúpula de mármol papúa coronaba por completo la mansión.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora