19. EN LA FIESTA DE GRADUACIÓN

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Me alegró que la madre de Estrella estuviera ausente en la casona Basterrica, y recé para que su ausencia se prolongara hasta que nosotras nos hubiésemos marchado a la fiesta. Probablemente no le fuera caer del todo bien si sabía que yo me hallaba de nuevo en su casa. Comimos juntas en la recamara de Estrella y posteriormente me mandó a la regadera para que mi cabello estuviera seco para cuando su estilista personal hubiese llegado.

Durante mi baño y demás quehaceres femeninos, pensé, todavía consternada, en el asesinato de los señores Pichardo. Más tarde decidí contarle a mi amiga el sueño que había tenido con Ananziel, Alfaíth y mi ángel, a fin de que me diese una opinión al respecto.

Estaba sentada frente al espejo redondo de la rubia, y ella me untaba en el rostro un horripilante ungüento que apestaba a cremas mezcladas con verduras echadas a perder. Se quedó en silencio por unos momentos y luego decidió hablar:

—Tengo una teoría, Sof, pero quizá es demasiado extravagante para que la tomes en serio.

—¿Ah, sí? —dije, comiendo por descuido del asqueroso ungüento que estaba cerca de mis labios— ¿Q-ué co-sas has pen-sa-do? —balbucí, escupiendo esa porquería con asco.

—¡Por Dios, Sof! —me regañó Estrella tirando de mi pelo como represalia—. Si tienes hambre dime para traerte zapotes o pitayas, pero no te tragues el tratamiento facial.

—Lo siento, fue un accidente —me defendí, aún escupiendo el asqueroso ungüento.

—Ya cierra el pico —me instó, terminando de embarrar mi frente con esa cosa—. Y bueno, te decía que tengo una teoría sobre ti y Ananziel. ¿Alguna vez te has visto en un espejo o incluso escuchado hablar? Pese a tu jovialidad, Sof, a veces pareces ser una anciana metida en el cuerpo de una linda jovenzuela. Tu manera de expresarte es tan... antigua. Pareciera que vives en el siglo XVII. Jamás he visto una chica de 17 años de nuestro siglo desenvolverse y hablar con la ancianidad con que lo haces tú. Lo que estoy tratando de decirte es que no pareces ser tú propiamente la que habla, sino otra... una mujer antigua que... ¿cómo decirlo? Que vive en ti.

—¿Qué es exactamente lo que estás tratando de decirme? —pregunté asustada.

—En la posibilidad de que... bueno, ya sabes... que estés poseía por la tal Ananziel.

—¡Por las barbas de san Pedro, Estrella Basterrica! ¡Ni Dios lo quiera! —bramé—. Tienes razón, definitivamente es una teoría un tanto ilógica y fantasiosa, así que mejor hablemos de él...

—¿De quién? —preguntó Estrella con curiosidad.

—De Ric —musité, haciendo una mueca. Todavía tenía en mi paladar el sabor amargo del ungüento—. A veces desconfío de él. A veces es tan extraño... Él sabe demasiadas cosas que nosotros ignorábamos, y que jamás nos las habría dicho de no ser porque nos vimos inmersos en las mismas cosas. Su familia posee uno de los árboles genealógicos más antiguos de la región. La familia Montoya se estableció aquí desde la fundación de la ciudad hace más de quinientos años.

—¿Y eso qué tiene que ver? Sof, yo conozco a los Montoya desde que tengo memoria. Mi padre es íntimo amigo del abuelo de Ric y del mismo Mauri, su padre. Ric ha sido mi amigo desde que éramos niños. Como ya lo sabes, él y yo hemos compartido amistad, hermandad, babas y... hasta cama... —Su voz flaqueó al emitir la última frase, y yo también me incomodé—. Quiero decir que lo conozco tanto o mejor de lo que me conozco yo misma. Por eso te previne desde el principio de él, en el sentido de que es un macho empedernido. Ric es un zorro de lo peor y temí que te quisiese engatusar, obtener lo que quería y luego mandarte a freír huevos con jamón. Es un idiota, pero de eso a que sea un sicópata, pues no. Ricardo no es el hijo del diablo, sino de Mauricio Montoya y Rebecca.

MORTUSERMO: EL JUEGO DE LOS ESPÍRITUS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora