Octavo

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Era una mujer fuerte, eso lo sabía, pero no dejaba de ser de carne y hueso y en momentos como aquel estaba más que comprobado.

Estacioné el auto en el mismo lugar en el que lo había dejado varios días atrás, cuando llegué con emoción latente a avisarles a mis padres que la familia de mi querido novio había ofrecido limosinas para la llegada a la infame reunión de compromiso.

Las cosas cambiaban rápido, reconocí.

A cada paso que daba por el sendero rogaba para mis adentros que mis padres aun no supieran del escándalo, más exactamente que no hubieran visto el video, pero temía que mis ruegos fueran en vano.

Entré a casa, dejando que una vez más los conocidos olores inundaran mis sentidos, y escuché el sonido de la televisión proveniente de la sala. Me asomé en el arco que dividía el pasillo principal de aquella estancia lo suficiente como para que mamá dejara de doblar la ropa y me mirará. Papá también notó mi presencia, y la expresión en el rostro de ambos me dio la respuesta que tanto anhelaba que no fuera verdad.

Sin decir nada caminé soltando la bolsa en el piso y me senté en uno de los sofás esperando que ellos dijeran la primera palabra.

—Eva, cariño, ¿cómo estás? —Mamá se acomodó sentándose a mi lado y dejando caer con suavidad una de sus manos sobre las mías.

—Ya lo vieron, ¿no? —pregunté cabizbaja, sin tener la fuerza de mirarlos a la cara. No creía que pudiera haber una situación más avergonzante que aquella.

—Sí —dijo papá, sentí el calor adueñarse de mi rostro—, pero no lo vimos completo flaquita —se apresuró a decir y sentí como se sentaba a mi otro costado. Por fin me obligué a enfrentarle y le miré con sorpresa.

—¿No?

—No teníamos por qué hacerlo cariño —repuso mamá—. Sentimos mucho que todo esto esté sucediendo.

Suspiré. —No más de lo que yo lo siento. —Sonreí ante la expresión de apoyo que ambos me brindaban, pero de inmediato recordé a Marcus—. ¡Marcus! —exclamé poniéndome en pie—. ¿Dónde está? ¿Ya lo vio? —pregunté con preocupación.

—Marcus esta en clase —respondió papá—, y no, aun no lo ha visto. —Respiré con alivio—. Pero ya sabe que existe —añadió.

—¿Cómo lo sabe?

—Tuvimos que decírselo hija, seguramente escuche algo de ello entre sus compañeros o los chicos más grandes, no queríamos que fuera una sorpresa —explicó mamá.

Fruncí el ceño. —¿Qué le dijeron exactamente?

—Que había un video en la internet en el cual aparecías tú en una situación no muy agradable, pero comprometedora. —Papá se encogió de hombros—. No preguntó mucho más, parece que entendió que se trataba de algo delicado.

Me senté de nuevo entre ambos. Ya perdí la cuenta de la cantidad de veces en las que había maldecido mentalmente a Michael, pero creía que nunca iba a ser suficiente. Mi pobre hermano podía llegar a ser blanco de comentarios de ofensa o burla; o lo que era peor: ¡podía ver el video!

¡Y todo por el imbécil de Michael!

Tenía que evitar que ese video siguiera rondando por la internet a toda costa. 

Pero ¿cómo?

—Fue Michael, ¿no es así? —La voz de papá me sacó de los pensamientos que revoloteaban por mi cabeza. Mamá me miró a la espera de la respuesta y yo asentí—. ¡Lo sabía! —exclamó poniéndose ahora él en pie—. Ese hijo de su...

La caída de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora