Noveno

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Clarisse y yo, contrario a lo que se esperaría de dos mejores amigas, no nos conocimos ni en la escuela, ni en el vecindario, ni en la universidad, ni nada de eso.

Clarisse Fournier era la hija mayor de Miranda López, la mejor amiga de mamá cuando aún enseñaba clases de historia en la escuela; y cuando hablo de que era la hija mayor, me refiero a que ella es diez años mayor que yo: Clarisse fue mi niñera incontables veces, y en medio de eso surgió nuestra amistad. 

Era una amistad rara, por supuesto, pero que ya iba para veinte años en los que sabíamos que podíamos contar la una con la otra.

Después de escucharla regañarme por no haberle contestado el teléfono fue que entendí que entre todas las llamadas que había tenido el día anterior y que creía que solo se remitían a Michael gritándome por haberle humillado en la gala, estaban las de ella avisándome de su regreso a la ciudad.

Sin dejarme hablar un solo segundo -cosa típica de ella- colgó no sin antes decirme que me esperaba en su nueva oficina para que habláramos de lo que sucedía, lo que me dio la respuesta a la pregunta que me rondaba la cabeza de si ya había visto el video.

FAMA era una de las revistas de farándula, estrellas y glamour más conocida del país y a nivel internacional, y Clarisse llevaba trabajando allí durante más de diez años logrando hacerse de renombre como mujer empresaria y emprendedora.

Como ya se me empezaba a hacer costumbre desde esa mañana y mientras caminaba en dirección a la oficina de gerencia de la revista, las personas no dejaban de mirarme con curiosidad y diría que hasta diversión. Por un segundo estuve a punto de detenerme y encararlos, retarlos a que se atrevieran a decir una palabra en mi contra, pero no podía perder la compostura. 

Eso era lo que Michael quería, eso y humillarme como ya lo había hecho, pero no le iba a dar la alegría de verme perder la cordura por su acto de cobardía.

La secretaria de Clarisse me dio entrada a la oficina y me abstuve de correr para evitar sentir su mirada sobre mí espalda a medida que caminaba hacia la puerta. Luego de entrar recosté mi cuerpo en la lámina de madera cerrándola tras de mí y con ello escabulléndome de las miradas y los rumores.

—Pedí noodles de arroz con gambas y shiitakes, Eve —canturreó Clarisse desde su lugar en el escritorio señalando las cajas de comida en la mesa y con una enorme sonrisa.

Sonreí en medio de un suspiro de agradecimiento mientras caminaba hacia ella y recibía el cálido y enorme abrazo que me ofrecía a modo de saludo.

Minutos después de deleitarnos con uno de nuestros tantos platos favoritos y de ponerme al día acerca de su estadía en Italia durante los últimos cinco años, la conversación se dedicó a mi persona.

—Ahora sí, explicame —Clarisse dejó su caja de comida y girando la pantalla de su computadora en mi dirección pulsó un botón—, ¿qué diablos es esto?

El horroroso video que aún se encontraba en las redes gracias a Michael empezó a reproducirse y tuve que tomar de la botella de agua que tenía al lado para controlar el atoramiento. Clarisse esperaba una respuesta mirandome con sus ojos oscuros.

—¿Tu qué crees? —cuestioné.

Clarisse sonrió. —Es evidente que se la estas mamando a ese idiota —repuso—, mi pregunta es ¿por qué demonios te dejaste grabar?

—Yo no me dejé grabar Clari, el idiota lo hizo sin mi permiso.

La expresión de mi amiga se transformó de divertida a enojada en cuestión de segundos. 

La caída de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora