Vigésimoctavo

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Me deleité en la suave pero firme caricia de los labios de James sobre los míos antes de ronronear con suavidad cuando se alejó. Un ligero gruñido escapó de su garganta y reí ante el cosquilleo de su nariz olfateando el recorrido desde la mejilla hasta mi cuello, en donde se escondió durante unos segundos mientras sus brazos me abrazaban la cintura con fuerza.

—La vida es muy injusta —murmuró contra mi piel.

Fruncí el ceño. —¿Por qué lo dices?

Sus ojos miel se encontraron con los míos. —No me quiero ir —repuso en un gimoteo.

Reí de nuevo, y negué con la cabeza. —Tienes que hacerlo...

—Puedo decirles que me entrevisten otro día —interrumpió.

—¿Y con que excusa?

—¡Yo no necesito excusas, Eve! —dijo con obviedad. Su nariz buscó de nuevo mi cuello, pero en esa ocasión se resbaló hacia mi oreja—. Mejor me quedo —susurró antes de humedecerme el lóbulo con su lengua.

A pesar del suave estremecimiento y la piel de gallina que me causó su caricia, lo obligué a mirarme. 

—Llevamos más de dos horas aquí, James.

—¿Y? Podemos quedarnos mucho más —insistió.

—No creo que al maître le guste esa idea —murmuré mirando de reojo al estirado hombre parado en una esquina del restaurante, y quien se encargaba de que todo estuviera en orden. James también le miró y rio divertido.

—Soy cliente fiel de aquí, cariño. El maître bien puede irse a la... —Abrí los ojos con sorpresa a la espera de que terminara su frase, pero una enorme sonrisa se posó en sus labios y no lo hizo, sino que se inclinó y me besó de nuevo antes de ponerse de pie—. Prométeme que nos veremos esta noche —pidió mientras por fin abría la cuenta y sacaba su cartera.

—Claro. ¿Tu casa o la mía? —pregunté sin quitar los ojos del dinero que ponía en la pequeña agenda.

El sonido de su risa me hizo fijarme en él. —No te preocupes, solo puse la mitad —dijo. Sonreí—. Y en respuesta a tu pregunta —Se inclinó de nuevo apoyándose sobre la mesa—, mejor en la tuya. Ian está en casa, y para lo que tengo en mente, no creo que sea prudente que nos veamos allí. —La manera en que sus ojos centellearon fue suficiente para saber a qué se refería, así que asentí sin perder la sonrisa.

Suspiré y completé el dinero de la cuenta antes de decidirme a partir, pero justo cuando me estaba poniendo de pie una voz me detuvo.

—¡Eve! —Me giré buscando la conocida voz y me encontré con la esbelta figura de Monique quien iba entrando al restaurante. Sonreí con agrado y respondí el efusivo abrazo que me dio—. Señor, no se preocupe en buscarme mesa —habló dirigiéndose al maître, si no hay problema, me haré aquí.

—Está bien, señorita —aseguró el hombre con una sonrisa fingida, y tuve que morderme el labio para no reír.

—Imagino que ya ibas de salida —dijo Monique mientras miraba a nuestro mesero marcharse con el pago del almuerzo, asentí—. Entonces, ¿no puedes acompañarme un rato? —preguntó con lastima.

—Pues... —Medité unos segundos y miré la hora—. En realidad, creo que puedo quedarme un poco más —resolví sentándome de nuevo.

—¡Así es que se habla, niña! —exclamó con alegría—. Tenemos que ponernos al día —añadió y abrió el menú.

Monique me contó todo acerca de lo que sucedía tras bambalinas en el canal, mientras yo le acompañaba en su almuerzo con una taza de café. Sus comentarios lograron sacarme varias risas, aunque un pesado sentimiento de nostalgia me atormentó por varios minutos.

La caída de EvaWhere stories live. Discover now