Trigésimo Sexto

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No sabía cuánto tiempo llevaba sin parpadear, pero sí sabía que había sido lo suficiente como para sentir que mis ojos hormigueaban.

El audio seguía rodando, aunque ya le había puesto en mute. No quería seguir escuchando algo que conocía a la perfección, porque se trataba de la conversación que James y yo habíamos tenido el mismo día que Deborah apareció en la casa de él para contarle la desagradable noticia de la enfermedad de su hijo.

Desvié la mirada de la pantalla, enfrentándome a James. Sus ojos cafés me observaban con fijeza, a la espera de que dijera algo, y aun así no sabía que decir.

¿Qué podría decir?

Era obvio que James creía que yo había revelado la noticia, y en realidad no lo culpaba. Tenía una grabación de una conversación que había tenido conmigo. 

¡Conmigo!

¿Cómo había llegado esa grabación a ese correo?

¿Cómo siquiera habían logrado grabar esa conversación?

—James, sé lo que estás pensando... —empecé a decir, pero él me interrumpió.

—¿Entonces puedo volver a hacerte la pregunta y me dirás la verdad? —quiso saber.

La ansiedad e inquietud que reflejaba su mirada me daba a entender lo afectado que parecía estar. Era obvio que esperaba una respuesta, pero yo no podía darle esa respuesta porque no era cierta. Él esperaba que confesara que había sido la culpable de que su reputación se estuviera viendo destrozada, pero yo no tenía la culpa.

Con el malestar oprimiendo mi pecho, negué ligeramente. —Yo no lo hice —susurré.

—¡¿Entonces quién demonios?! —vociferó perdiendo la paciencia—. ¿Quién demonios lo hizo, Eve? —cuestionó apoyando con fuerza su mano al lado del computador, su rostro bajando hasta quedar a mi altura—. Son solo tu voz y la mía en esa conversación. Y por supuesto yo no lo hice —altercó con obviedad.

—Yo... no sé, James. Tampoco lo entiendo —respondí intentando mantener la calma, aunque por dentro quisiera saltar y gritar con impotencia.

Perdí el contacto con el café de sus ojos cuando los cerró con fuerza. Inhaló hondo, enderezándose en su sitio, y luego desordenó su cabello al enterrar los dedos en el. Llevó las manos hasta que descansaron sobre su nuca, y me miró de nuevo.

—No me crees, ¿verdad? —murmuré.

Exhaló en un bufido. —¿Qué quieres que crea? —Se cruzó de brazos—. Primero te pregunto si fuiste tú, te di el chance de que me dijeras si de pronto se te había escapado en una conversación casual, porque entonces hubiera sido involuntario y eso estaba bien. Hubiera sido desafortunado y aun así lo hubiera entendido —aseguró—. Pero me dijiste que no habías sido tú, y te creí. No veía porqué no hacerlo. —Se encogió de hombros—. Entonces llega este correo en el que me dicen que cuando escuche la grabación entenderé quien fue el traidor, y la única voz aparte de la mía es la tuya. ¿Qué quieres que crea? —repitió.

Los pensamientos en mi cabeza corrían, intentando encontrar algo que me mostrara una salida, pero la realización de que esta vez no iba a ser facil me cayó como un balde de agua helada.

¡Dios mío! No tenía forma de comprobar mi inocencia, ¿verdad?

—¿No había alguien más en la casa? —intenté pensar.

Negó. —La mujer del servicio solo va en las mañanas, y el vigilante permanece en su caseta en la verja de la entrada —informó con desgana.

—¿Y tus cámaras? Porque tienes cámaras, ¿no? —recordé con esperanza.

La caída de Evaजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें