Vigésimosegundo

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Miré con estupefacción y entusiasmo a mi alrededor, mientras James hablaba con el camarero pidiéndole nuestra orden.

Luego de que su chofer se llevara mi auto, James y yo nos habíamos dirigido a un restaurante para almorzar. La sorpresa me la llevé al subir al último piso de un edificio en la zona centro, y encontrarme con un enorme restaurante desde el que se podía ver toda la ciudad en su esplendor. Las paredes eran ventanales que daban a un pequeño balcón que rodeaba todo el piso, y en el que también había un pequeño y perfectamente arreglado jardín; el interior era solamente iluminado por la luz del medio día, y las mesas estaban decoradas con pequeñas velas aromáticas de colores lila y crema, al igual que los manteles y servilletas. James y yo nos encontrábamos en una de las esquinas del lugar, nuestra mesa era diferente a las demás, y la silla era en realidad un cómodo sofá en forma de L, de tal forma que quedábamos uno junto al otro. Nuestros brazos se rozaban con el nivel justo de intimidad e inocencia. En la otra esquina, justo la del frente de nosotros, un dueto de una joven cantaba mientras que su compañero tocaba la guitarra.

¡Era un lugar precioso!

—¿Evangeline?

La suave voz de James me bajó de la nube en la que me encontraba, absorta en el lugar, y busqué su rostro con rapidez. Una media sonrisa se encontraba en sus labios mientras me miraba con curiosidad.

—¿Decías algo? —pregunté con vergüenza.

—No, pero te vi tan ensimismada que llegué a preocuparme —confesó riendo—, ¿sucede algo?

Moví mi cabeza en negación. —Siempre me pregunté qué había en el último piso de este edificio, creo que nunca pensé que se tratara de un restaurante. —Recorrí con mis ojos una vez más el lugar, pasando por encima de los demás clientes, hasta toparme de nuevo con sus ojos miel. Sonreí—. ¡Me encanta! —exclamé con entusiasmo—. ¿Cómo es que conoces estos lugares? —quise saber—. Primero la cafetería y ahora esto.

Rio divertido. —Soy fan de la comida Eve, gran parte de mi tiempo libre la paso en búsqueda de buenos lugares y los agendo en mi lista personal —respondió.

—Pues vas a tener que enseñármelos todos, porque a mi también me encanta la comida —confesé.

—¿Ah sí? —Asentí bebiendo de la reluciente copa de agua que tenía frente a mi—. No lo parece. Tienes un físico envidiable —argumentó.

Sonreí halagada. —Bueno, tampoco es como que me exceda en las comidas —expliqué quitándole importancia—, además, mis padres son de contextura delgada.

Asintió con entendimiento. —Tengo una noticia que darte —repuso. Lo miré con incógnita y asentí, dándole la palabra—. Hablé con el chico de la empresa informática, dice que puede borrar el video —avisó con una sonrisa que denotaba emoción.

Mis ojos se abrieron con sorpresa. —¿En serio?

—Sí. Y eso no es todo —Su sonrisa se amplió—, dice que puede vernos hoy mismo —agregó.

Me incliné sobre la mesa y ahogué una exclamación. —¡No puede ser! ¿De verdad?

—Después del almuerzo iremos a verlo —asintió.

Reí con exaltación y alivio a partes iguales. —¡Excelente! —chillé en voz baja, haciéndole soltar una risita divertida—. No sabes cuánto te agradezco esto que estás haciendo, James —murmuré poniéndome seria de inmediato.

Su expresión también se tornó seria. —Y yo ya te dije que me da mucho gusto saber que puedo apoyarte en esto —susurró. 

Su mano se paseó por mi mandíbula con suavidad subiendo hasta mi mejilla y bajando de nuevo. Sonreí con agradecimiento y le recibí con agrado cuando se inclinó para besarme.

La caída de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora