Decimocuarto

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El despertador sonó tal como lo había programado la noche anterior, pero los parpados aun me pesaban así que me giré arrellanándome aún más entre las sabanas.

De repente recordé por qué había puesto el despertador a esa hora en domingo y como si un relámpago me tocara, salté del colchón y marqué el número de Clarisse.

Su voz adormilada contestó al quinto tono. 

—¿Sí?

—¿Clari? Soy Eve.

—¿Evangeline? ¿Qué haces llamando a esta hora? —repuso sin mucho ánimo.

—Son más de las nueve, Clari —declaré poniendome de pie.

—¿Y? ¡Es domingo!

—Lo siento, pero me gustaría que nos viéramos para desayunar.

—¿Por qué? ¿Sucede algo?

Aguanté una risa al recordar lo que había escuchado la noche anterior. —Quiero que hablemos de algo. Creo que es urgente —respondí con seriedad.

—Eve, ¿está todo bien? —Su voz sonaba más despierta.

—Sí, ¿podemos vernos? —insistí—. Si quieres podemos hablar en tu casa —propuse.

—Está bien. Pero no te demores, que ya me dejaste con la curiosidad...

Sonreí. —No te preocupes. Nos vemos.

Colgué y me apresuré a ordenar la cama antes de meterme a la ducha.


***


Una hora después llegué al vecindario en el que vivía Clarisse. A diferencia de mí, ella tenía una bella casa en la que vivía con su hijo y que había quedado sola durante el tiempo que estuvo en Italia.

Clarisse atendió cuando llamé a la puerta y me hizo pasar. Aún estaba en pijama, pero entendí por qué cuando sentí el olor de los huevos recién hechos golpearme el olfato con agrado. Por un momento había olvidado que más allá de sacarle información a Clarisse acerca de lo que había sucedido la noche anterior en su oficina, nuestro encuentro era también un desayuno.

¿Desde cuándo me había vuelto tan chismosa?

Seguí a Clari hasta la gran cocina en la que la televisión estaba encendida y frente a la cual Lucas comía con apetito.

—¿Lucas? —llamé su atención. El chico me miró y sonrió dejando ver los aparatos de su ortodoncia—. ¡Pero qué grande estas! La última vez que te vi aun eras un chiquillo —repuse acariciándole la cabeza con diversión.

Lucas me recordaba mucho a Marcus, aunque físicamente solo se asemejaran en la estatura. Lucas era un chico de piel morena, besada por el sol, como diría mi madre, con la peculiaridad de tener ojos verdes, labios carnosos y sonrisa tímida. Estaba segura de que cuando aquel chico creciera más Clarisse iba a tener que arreglárselas para evitar que las niñas se le pegaran como moscas por su atractivo.

—Lucas, Eve y yo tomaremos nuestro desayuno en la alberca —habló Clarisse tomando en sus manos una bandeja—, cuando termines lavas el plato y apagas el televisor —ordenó.

—Sí má —asintió.

Clarisse me miró y con un leve gesto me invitó a salir por las puertas que daban al jardín interior, donde una gran alberca llamaba la atención. Nos sentamos en una mesa de cuatro puestos que estaba en medio de un pequeño espacio lleno de plantas y Clarisse puso un plato lleno de fruta frente a mi junto a un vaso con jugo de naranja. Ella sirvió lo mismo en su lugar.

La caída de EvaWhere stories live. Discover now