Capítulo 23: ¿Lo has superado?

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Cuando Amelia le entregó los planos a Nacho al día siguiente, después de haberlos corregido más de una vez, eran casi las dos de la tarde. La comida había consistido en una mini pizza, apenas lo suficiente como para combatir su apetito. Se preguntaba si Luisita estaría dispuesta a cenar pronto.

La rubia se había ofrecido a recogerla, pero Amelia no creía que sería buena idea ir paseándose por ahí con un lujoso mercedes. Estarían menos propensas a llamar la atención en su simple camioneta amarilla.

Tan pronto como se detuvo delante de la acera de Luisita, esta salió por la puerta y se dirigió hacia ella. Amelia no pudo evitar mostrar una sonrisa cuando sus ojos se encontraron. Su ropa era lo más informal que le había visto en años. Pantalones vaqueros que dejaban ver sus tobillos y una blusa verde. Estaba tan guapa como siempre.

- ¿Estás segura de que no quieres coger tu mi coche? - preguntó la rubia antes de subirse.

- Tienes miedo de que te vean subida a esta cosa, ¿eh? - afirmó la morena.

- Claro que no. De todos modos quiero que conduzcas tú. Así puedo fijarme más - dijo con una sonrisa. Amelia arqueó una ceja y Luisita puso los ojos en blanco - En las casas... - aclaró.

- Ya veo, ya - dijo con un tono burlón - Hoy voy a ser tu chofer.

- Exacto. Entonces, ¿a dónde me llevas?

- Vamos a Montecanal, hay un montón de casas. Algunas... bueno, demasiado arrogantes para mí, pero puede que te gusten.

Luisita se echó a reír.

- ¿Arrogantes?

- Ya sabes, lujosas.

La sonrisa de la rubia se desvaneció un poco.

- Quiero algo que me haga sentir que estoy en casa. La casa de mis padres, esta... han sido más un museo que otra cosa. La única vez que me he sentido en casa ha sido cuando Samuel estaba aquí - miro por la ventanilla - Incluso entonces, seguía siendo una cárcel. Eso nunca ha cambiado.

- ¿Y qué es lo que buscas?

Luisita se giró hacia ella.

- Algo normal. Solo quiero... normalidad - dijo - No quiero que me atiendan de pies a cabeza. No quiero comida caliente recién hecha al instante y en la mesa, esperando la hora oportuna para cenar en una mesa más grande que toda esta ciudad - hizo una pausa - Ni siquiera sé como se pone una lavadora. Y ya sabes que estoy aprendiendo a cocinar. Esas son dos cosas que quiero aprender.

- Sabes, le dije a mi madre que habías nacido en la familia equivocada. Que todas las riquezas de tu familia, realmente eran cosas que no querías.

- Nunca he tenido otra cosa, Amelia. No hasta que tu llegaste a mi vida. Fue entonces cuando me di cuenta de que no importaba quien fuera o el dinero que tuviese, la felicidad no se puede comprar. Todo dejaba de tener importancia cuando estaba a tu lado.

Amelia fijó sus ojos en la carretera, con miedo a mirarla otra vez. Estaba sorprendida por su sinceridad. Tan solo deseaba que esas palabras se las hubiera dicho dieciséis años antes.

Ante su continuo silencio, Luisita aclaró la garganta.

- Lo siento.

Amelia la miro por fin.

- No lo sientas, Luisita. Éramos unas crías. Y no sabíamos que coño estábamos haciendo - volvió su mirada a la carretera - Entonces, ¿ya has hablado con tus padres?

- Sí. Me estuvieron esperando ayer hasta que llegué a casa.

- Dado que todavía vas a buscar casa, supongo que has ganado el primer asalto - dijo ella.

Siempre fuiste túWhere stories live. Discover now